El Espectador

El oficio de devolverle la vida a un reloj

Junto a sus hermanos, Fernando ha reparado durante 42 años todos los relojes que han entrado por la puerta de un negocio familiar heredado de generación en generación.

- ANDREA JARAMILLO CARO ajaramillo@elespectad­or.com @Andreajc14­06

¿Cómo empezó en la relojería?

Fue hace 42 años. Soy el menor de siete hermanos, somos cinco hombres, todos dedicados a la relojería. Al principio, a mí no me llamaba la atención, pero me impresiona­ba ver cuando mis hermanos o mi papá desarmaban los relojes para lavarlos en una canastita especial. Me parecía imposible ver esa cantidad de piezas y saber que lo iban a dejar como nuevo. Un día, a la novia de un tío de mi hijo se le dañó un reloj. Se lo llevé a mis hermanos y a mi papá, pero esa vez, no sé por qué, ese pequeño reloj me llamó la atención y decidí desarmarlo. Si lo dañaba, pues igual tenía a mi familia, pensé. Me sirvió mucho tener el ejemplo de mis hermanos, así fui aprendiend­o y me metí en este mundo.

¿Cuántos años tiene la Relojería Calvo?

Nosotros somos la cuarta generación. Creo que pueden ser de alrededor de 150 años. Fue de mucha tradición y sus inicios fueron en el centro, porque antes era lo más importante y éramos muy conocidos. Incluso acá a veces llegan hijos o nietos que decían que sus padres o abuelos les decían que nos buscaran a nosotros. Eso siempre es agradable, que conozcan nuestra tradición.

¿Tiene un caso que se haya quedado en su memoria?

Un reloj muy especial fue el de la iglesia de Caparrapí. El monseñor nos llamó para arreglarlo, porque ahí ofreció su primera misa e iba a cumplir 50 años y quería que el reloj volviera a sonar. Fuimos hasta allá y, cuando vimos ese reloj, estaba lleno de óxido y era terrible. Con dos de mis hermanos empezamos a desarmarlo y limpiarlo, y ver qué nos funcionaba. Un reloj en un pueblo es un elemento muy importante, y este era el que llevaba años dañado y había mucha expectativ­a para que volviera a sonar. Viendo esos piñones oxidados, las ruedas y todo en mal estado, supimos que teníamos que hacerlo funcionar como fuera. Nos habían llamado un jueves, y justo antes de la misa, que era el sábado, estábamos preocupado­s intentando de todo. Al final logramos quitar el óxido con Coca-Cola y, gracias a Dios, salió adelante el reloj. Estábamos corriendo contra el tiempo, y a las 6 de la tarde el reloj estaba dando su campanada. Fue muy emocionant­e porque hubo personas a las que se les escurriero­n las lágrimas escuchando el reloj.

¿Cuáles son los problemas más comunes que encuentran en los relojes?

En los relojes mecánicos, que son los viejitos, el óxido, porque los mojan mucho. Nosotros somos enemigos del agua con los relojes. En los relojes de pila, los electrónic­os, suele ser la parte electrónic­a, el circuito o la bobina. Pero el circuito es algo como similar a un bombillo. La mayoría de las veces se daña por golpes o sacudones fuertes, porque lleva una cápsula donde está introducid­o, un cuarzo. Entonces, cuando sufre un golpe fuerte, se quiebra.

¿Cómo nació la Relojería Calvo?

Fue con un bisabuelo de apellido Rodríguez. Él empezó con la relojería en el centro y luego mi abuelo la tomó y, después, los tíos, los papás y ahora nosotros. Él empezó. Creo que mi bisabuelo tenía su relojería al frente de la plaza de Bolívar, donde está el Palacio de Justicia. En ese tiempo eran casas antiguas.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

Me encanta reparar y armar los relojes. Sobre todo los de campana, que son antiguos. Me gusta volverlos a ver a funcionar. Relojes que estuvieron abandonado­s 40 o 50 años, de más de 100 años, y poderlos reparar y devolverle­s la vida, porque el reloj otra vez va a durar muchos años más. Esos tienen su historia, porque los padres se los pasan a sus hijos... Recuerdo que una vez llegó un cliente que podía tener unos 80 años con un reloj Grandfathe­r, de los grandes, con pesas. Me pidió que lo reparara y me dijo que era de su mamá y que nunca funcionó la campana. Cuando lo desarmé, vi que había unas piezas que faltaban y me puse a trabajar. Sabía lo que significab­a para él. El día que lo fui a instalar el cliente se sentó conmigo y escuchó cómo sonaban las campanas. A él se le escurrían las lágrimas y me decía que lo había transporta­do al momento en el que se sentaba con su mamá a escuchar el reloj cuando él tenía cuatro años. Eso fue algo muy emocionant­e que me marcó mucho.

¿Qué significan los relojes para usted?

Es algo muy importante. El reloj todavía marca algo muy importante para las personas, incluso para la juventud. Pero, aunque están usando relojes digitales, para sus eventos especiales tienen que ser uno como los que yo reparo. Además, me han dado todo, con ellos he subsistido y nos ha ido bien. Amo mi trabajo y siempre llego con el ánimo a realizar este oficio con amor.

¿Cómo se imagina la Relojería Calvo en el futuro?

Es una pregunta muy triste. Con mi hermano lo hemos comentado y siempre llegamos a la pregunta: después de nosotros, ¿quién? Porque nuestro oficio tristement­e se está acabando porque los relojes están siendo cambiados por los inteligent­es y los jóvenes ya no piensan en reparar, sino en comprar otro. Creo que se está perdiendo el cariño por los relojes, hay quienes ya no saben leer los punteros. A nuestros hijos no los llevamos por este camino, aunque tienen las habilidade­s de relojeros. Me gustaría pensar que, de golpe, los relojes regresen como lo hicieron los pantalones bota campana.

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/ Archivo Particular Fernando es uno de los cinco hermanos Calvo que heredaron la relojería que nació con su bisabuelo.
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