Burgess: una introducción parcial
ANTHONY BURGESS OCUPA UN LUGAR preferente en el escalafón de los grandes escritores prolíficos del siglo XX. Sin duda escribió mucho e hizo muchas otras cosas; y todo siempre tuvo el signo de la excelencia. Por eso sus lectores nunca se cansaron de peregrinar a una librería en busca de la última novedad ni mucho menos de acudir a la cita semanal, quincenal o mensual en la sección literaria de The Yorkshire Post, The Guardian o The Observer (e incluso, como dijo Martin Amis, uno de sus lectores fieles, en la sección gastronómica o automotriz de un periódico húngaro o portugués).
Aparte de reseñar 350 novelas en sus primeros dos años como colaborador de The
Yorkshire Post o de componer unas 250 piezas musicales en 76 años de vida; aparte de su vocación inicial por la docencia (clases de gramática inglesa en un colegio de Oxfordshire y años más tarde clases de escritura creativa en Malasia); aparte de su esporádica faceta de editor o de prologar más de 40 libros de algunos de sus autores de cabecera o de traducir muchas obras de teatro o de escribir guiones para series y documentales de televisión cuya temática podía ir de las proezas de Jesús de Nazareth a las atracciones menos turísticas de Roma; aparte de su afición a la lingüística y a la fonética, al alcohol y al cigarrillo, a los viajes (sobre todo alrededor de las costas mediterráneas) y a los idiomas (hablaba inglés, francés, italiano, alemán, español, malayo, ruso, japonés, y tenía rudimentos de sueco, hebreo, chino y persa), Anthony Burgess escribió (mal contados) 50 libros.
Dos de literatura infantil, dos de poesía (el primero contiene un largo poema de extensión épica con abundantes alusiones bíblicas y el segundo sonetos de factura isabelina), cuatro recopilaciones de su trabajo periodístico en todos los periódicos del planeta, un par de estudios sobre lingüística y un par de estudios sobre James Joyce, un libro de cuentos con ecos de J. G. Ballard, una autobiografía (uno de sus mejores libros) dividida en dos tomos bastante voluminosos, una biografía sobre Shakesque peare y otra sobre Hemingway y otra sobre D. H. Lawrence, dos libros sobre estudios musicales, cinco libros de estudios literarios alrededor de la literatura inglesa y la importancia de la novela, un ensayo sobre la cama, un ensayo sobre la pornografía de una erudición nada desdeñable, un ensayo sobre la obscenidad y las artes, un ensayo sobre la censura (se trata en realidad de una carta en verso dirigida a su amigo Salman Rushdie a raíz de la fatwa impuesta por el ayatolá Jomeiní en 1989), y en el campo teatral, en el que se tomaba a su vez la molestia de escribir la música, una opereta basada en el Ulises de James Joyce de casi tres horas de duración, un nuevo libreto para la representación de la última obra de Carl Maria von Weber y una adaptación de La naranja
mecánica, acaso la novela más conocida de Burgess (de sus mejores novelas hablaré en otra columna).
Para cerrar con broche de oro este inventario les tengo un datico motivante (sobre todo a quienes les gusta procrastinar): a los setenta años, según Amis, Anthony Burgess se ufanaba —además— de hacer todas las labores domésticas de su casa.