Cioran, humorista y cuentero
HAY DOS CLASES DE CÍNICOS: EL SINvergüenza y el moralista. El sinvergüenza se jacta de su astucia. El moralista es un terapista de choque: parece alabar el vicio, pero en realidad nos pone un espejo en las narices para mostrarnos la fragilidad de nuestras virtudes. La ironía es su recurso preferido.
Como siempre hemos leído a Emil Cioran en clave moralista, estoy leyendo los aforismos de Silogismos de la amargura en clave de minicuento, el haiku de la narrativa, y encontré estas piezas que pongo aquí sin comillas para acompañar el café del sábado:
Una tarde Dios y el Diablo jugaron al azar. Hicieron dados con jirones de la piel de Job y los lanzaron. Los tres perdieron.
A cada uno su locura. La mía fue creerme normal, peligrosamente normal. Y como pensaba que los demás estaban locos, acabé teniendo miedo, miedo de ellos y, lo que es peor, de mí mismo.
El Tiempo le dijo al Diablo: Debería usted trabajar, ganarse la vida, concentrar sus fuerzas. -¿Fuerzas? Las empleé todas en borrar de mí los vestigios de Dios y terminé desempleado para siempre. ¡Cómo lo extraño!
Cuando pisé el borde del acantilado, su voz sonó serena a mis espaldas: «No es elegante abandonar un mundo que lo pone todo al servicio de nuestra tristeza». Entonces no pude saltar.
Justo en medio de importantes estudios, descubrí que iba a morir un día y mi modestia desapareció de golpe. Convencido de que no me quedaba nada por aprender, los abandoné para poner al mundo al corriente de tan extraordinario descubrimiento.
La K-entropía. Cuando despertó, luego de otro sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó llorando: ya no era un insecto, apenas un montón de moléculas sin patas ni antenas. Moraleja, el universo solo sabe empeorar.
Este siglo me remite a los últimos días del Caos. La materia gime, los gritos del átomo surcan el espacio, mis huesos se hunden en barros prehistóricos, por mis venas fluye la sangre de los primeros reptiles…
-¿De dónde saca usted tanta presunción? -Es que sobreviví a muchas noches en que me preguntaba: ¿me mataré al alba?
-Cioran tiene otra faceta poco conocida, el humor (humor balkánico, se entiende). Oigámoslo.
Quien no vea la muerte color de rosa padece daltonismo del corazón * Cuando no hemos tenido la suerte de tener padres alcohólicos, nos embriagamos toda la vida para compensar la abrumadora herencia de sus virtudes *
He cursado la infamia con aplicación. Solo la injusticia divina podrá salvarme.
Qué desasosiego cuando, inseguros de nuestras dudas, nos preguntamos: ¿serán verdaderamente dudas?
Desde siempre Dios ha escogido todo por nosotros, hasta nuestras corbatas * Como les parecen pocas las penas de este mundo, los orientales inventaron la transmigración de las almas y los occidentales castigos eternos * Fuera de la materia todo es música. Dios mismo es una alucinación sonora * La creación fue el primer acto de sabotaje contra la pureza de la nada.
Amo a esos pueblos astrónomos –caldeos, asirios, mayas– que fracasaron en la historia por andar contando estrellas.
Galileo debió ser internado a los doce años. La Iglesia es lenta, la herejía vuela * Un enfermo me decía: «¿Para qué sufro yo mis dolores si no soy poeta para vanagloriarme de ellos? * Un espermatozoide es un bandido en estado puro.
Como envidiaba las convulsiones de Dostoyevski y los delirios de los místicos, Cioran confesó: «En el fondo soy un epiléptico frustrado».
Nota. El minicuento, un nudo de cinco líneas cuyo desenlace se produce en la cabeza del lector, es un género involuntario. Nadie sabe cómo se escriben los minicuentos. Aparecen de manera impensada en medio de prosas y versos de autores muy serios y quizá inocentes del prodigio.