El Espectador

La transmigra­ción de los cuerpos

- RABO DE PAJA ESTEBAN CARLOS MEJÍA

ISABEL BARRAGÁN ESTÁ COMIENDO sandía. O patilla, según se dice en la Costa. Sus dientes muerden la fruta y la desgarran con delicadeza y la mastican o la desmenuzan mientras su lengua se enrojece con el jugo que le escurre entre los labios. Diosas y dioses, ¡dadme comprensió­n!, suplico en silencio, y le parto otra tajada.

Con los dedos impolutos* aparta el manjar, rebusca dentro del morral y saca un libro con dos ataúdes en la carátula: La transmigra­ción de los cuerpos, de Yuri Herrera, en Editorial Periférica, año 2013. Estoy feliz de la moña con mi maestría virtual de literatura policíaca en la Université de la Rue Morgue, declara Isabel. ¿Cuál es el programa de estudios?, me intereso. Está por verse, contesta Isabel. El programa es no tener programa. ¿Cómo fue?, me asombro. El recurso es no tener recurso. Leer por leer: placer de placeres. Ah, ya veo, digo mientras ella le da mate a la segunda porción de patilla, rojísima hasta las semillas.

La transmigra­ción de los cuerpos es una novela casi distópica, dice, mordisco a morLA disco. Sucede en una ciudad no identifica­da de México, apaleada por una epidemia asesina, preludio o precuela* de la fulminante pandemia del COVID de 2020. Oye te leo: “Entonces se metió el silencio de la calle: un rastrojo de señales histéricas emitidas por antenas que el miedo había sembrado en las cabezas de la gente. Podía sentir la agitación tras las puertas cerradas, pero no la urgencia por salir. Era aterradora la facilidad con que todo mundo había aceptado quedarse en casa”.

El protagonis­ta es El Alfaqueque, dice enseguida. Alfaqueque es una palabra rara y escasa, digna de encabezar tu vademécum, sonríe, hundida en la media luna roja de la sandía. Según el Diccionari­o de la Lengua Española quiere decir “hombre que, en virtud de nombramien­to de autoridad competente, desempeñab­a el oficio de redimir cautivos o libertar esclavos y prisionero­s de guerra”. Mejor dicho, el Alfaqueque es un mediador, un emisario, un componedor de buenos oficios, “ángel sin espada”, un vato que se mete en lo que no debe para que el mundo siga como debe ser. Sólo tiene dos cosas: verga y verbo. Claro, digo por decir.

En La transmigra­ción... casi todo es burletero, indolente*, corrosivo o sin esperanza, dice Isabel. Página a página expone una realidad ruin y opresiva que va desde lo humilde

hasta lo sublime, al mejor estilo de las mejores novelas policiacas en Latinoamér­ica hoy en día. Me hiciste dar ganas, digo, con ambigüedad, a ver qué pasa. Isabel mueve la cabeza con picardía. Y de Yuri Herrera no te voy a contar nada: búscalo en internet, no seas tan igualado, Mejillón.

Vademécum:

*Impoluto: limpio, sin mancha, pulcro, inmaculado.

*Precuela: Obra literaria o cinematogr­áfica que cuenta hechos que preceden a los de otra obra ya existente. *Indolente: Que no se afecta o conmueve.

Rabito: “Ayudaba al que se dejaba ayudar. Muchas veces la gente nomás estaba esperando que alguien viniera a bajarle la bilis y a ofrecerle una manera de salirse de la pelea; y para eso es que servía ajustar el verbo. El verbo es ergonómico, decía. Sólo hay que saber calzarlo con cada persona.” Yuri Herrera. La transmigra­ción de los cuerpos. 2013.

Rabillo: “Confiable como la gravedad, así era el Ñandertal”. Ídem.

Rabico: “Quizá porque la vida era corta, la gente de la ciudad había aprendido a no meterse en lo que hacían los otros: bastante cabrona es la existencia como para preocupars­e por la ajena.” Ibidem.

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