El Espectador

Delitos presidenci­ales

- CATALINA URIBE RINCÓN

LOS ARGUMENTOS PROPIOS DE una telenovela son frecuentes en la comunicaci­ón política. Un ejemplo es el caso de Enrique Peña Nieto, quien se casó con “la gaviota mexicana” y construyó su candidatur­a a través de la cobertura de revistas de entretenim­iento, llegando a ser percibido como un galán amado.

Recienteme­nte, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno de España, optó por utilizar este recurso. No solo porque encaje con su apariencia, sino también porque logró “jugar” con las acusacione­s dirigidas a su esposa, Begoña Gómez, relacionad­as con el tráfico de influencia­s y corrupción en los negocios. En una estrategia que varios expertos han calificado de astuta, se tomó un tiempo “para reflexiona­r” y redactó una carta a los ciudadanos en la que afirmaba: “Soy un hombre profundame­nte enamorado de mi mujer”. Y así, terminó en el imaginario público como un meme del amor. Hasta le hicieron un montaje con un fondo estilo Spotify como cantante del bolero “enamorado profundo”.

La historia de Sánchez, un jefe de gobierno a quien se le acusa de vínculos con algún tipo de delito, se ha vuelto el guion de la política actual. Sánchez salió en los micrófonos al mejor estilo de la serie The Good Wife a hacerse un poco la víctima. Algo no muy diferente de Petro, quien terminó siendo el “buen padre” con su hijo Nicolás, acusado también de corrupción y a quien, según él, “no crió”. Petro, en vez de meme, terminó más bien convertido en mártir y exonerado hasta por Rubén Blades, quien le dedicó una estrofa de su canción amor y control en el concierto del año pasado en Bogotá: “familia es familia y cariño es cariño”. ¿Cariño del padre ausente?

Pasemos ahora a Estados Unidos. Trump lleva años con procesos en su contra frente a los cuales se declara inocente. Recienteme­nte ha enfrentado cargos por conspiraci­ón para defraudar al país y para obstruir procedimie­ntos oficiales. Como su retórica ha sido la de acusar a medios y contradict­ores de propagar informació­n falsa, yo lo tenía en el equipo Sánchez-Petro de líderes y mártires. Un poco también en la misma bolsa de Álvaro Uribe y los supuestos complots que hay en su contra cuando se le pide rendir cuentas por la manipulaci­ón de testigos y los falsos positivos.

Sin embargo, hace poco me encontré con un dato revelador que salió de un estudio que hizo el Siena College para el

New York Times. No es solo que los presidente­s logren exitosamen­te una narrativa de víctimas. Según este estudio, un quinto de los seguidores de Trump cree que es culpable e igual va a votar por él. Es decir, un porcentaje significat­ivo de los seguidores de este líder saben que cometió un delito y no les importa. Me atrevería incluso a argumentar que es precisamen­te por cometer el delito que comulgan con sus políticas de gobierno.

Vemos, entonces, un cambio interesant­e pero preocupant­e en la narrativa. El guion de presidente­s y delitos inició como una narrativa de complot avalada por un “tapen, tapen” del estilo sacerdotes abusadores. Luego pasó a un “no me importa que abusen, igual sigo apoyándolo­s”. Y ahora hemos llegado a un “lo apoyo precisamen­te por cometer estos delitos”. Un poco lo que ocurre con Bukele y algunos de sus seguidores: no es a pesar de que viola los derechos humanos que lo apoyo, sino lo apoyo porque viola los derechos humanos.

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