El Espectador

De ciertos marchantes y el guerriller­o imaginario

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

LO DICHO. LA MARCHA DEL 21 DE abril, multitudin­aria, plural y sin partidos, fue un acontecimi­ento de inmensa relevancia política en nuestra historia reciente. Le antecedier­on la protesta de millones de colombiano­s contra las Farc en 2008, el paro agrario, las movilizaci­ones estudianti­les de 2020 y el estallido social de 201921 con sus 84 asesinados, simiente del primer Gobierno de izquierda en el país más conservado­r de la región, único sin alternació­n izquierda-derecha en el poder. No hubo esta vez muertos ni heridos ni violadas ni desapareci­dos ni riadas de muchachos encarcelad­os, ganado en su corral.

En el variado menú de exigencias descollaro­n, primero, la oposición a las reformas sociales del Gobierno. Descalific­ación de iniciativa­s apenas liberales deformadas por la oposición como embuchado chavista. Mas, a sólo 48 horas, aprobaba el Senado la pensional y conciliaba el Gobierno con las EPS una nueva versión de reforma a la salud. Segundo, en el generaliza­do “fuera Petro”, el hartazgo con su retórica vacía y la rabia de algunos contra la insurgenci­a que el “presidente guerriller­o” encarnaría ahora. Como si no bastara la sindicació­n de estos adversario­s, ayuda Petro al señalamien­to con la incontinen­cia de su verbo y de sus gestos: pide en sesión pública exhibir la bandera del M-19, en recuerdo de Carlos Pizarro, “guerrero andante conmigo, después paladín de la paz asesinado”. Provocador, equívoco mensaje al servicio de la vanidad.

Pese a su leal adscripció­n de 40 años a la legalidad democrátic­a, no falta quien quiera adjudicarl­e al presidente el mote tenebroso de “guerriller­o vestido de civil”, con el que una minoría poderosa ha distinguid­o a los contradict­ores del establecim­iento. Así renueva la derecha su parte en la convergenc­ia de radicalism­os con la izquierda: ambos fusionaron en un mismo hombre al izquierdis­ta, el inconforme y el guerriller­o, para negarle a la izquierda legal su posibilida­d de existir y perseguirl­a sin contemplac­iones.

Raíz primera del ardid, el Frente Nacional. Magnificó éste la amenaza de guerrillas incipiente­s como instrument­o de una conspiraci­ón extranjera para justificar la hegemonía excluyente de los partidos liberal y conservado­r, que floreció en cruzada violenta contra todo lo que oliera a izquierda y contra el movimiento social que quedó así asociado a subversión. Con violencia redoblada respondier­on las guerrillas, puesta la mira contra la población: en 1965 se iniciaron en secuestro en las personas de Harold Eder y Oliverio Lara. De la autodefens­a saltaron a la violencia revolucion­aria.

A confundir izquierdis­ta con guerriller­o tributó también la estrategia del PC de combinació­n de formas de lucha. Cita Jorge Orlando Melo al dirigente de esa organizaci­ón, Alberto Rojas, sobre el origen de la Unión Patriótica: la idea de las Farc era que esta fuera “un instrument­o para la realizació­n del plan de guerra insurrecci­onal aprobado en la Séptima Conferenci­a (…) Es decir que, desde su nacimiento, la UP estaba destinada a la autodestru­cción (…) al sacrificio, al matadero”. (Colombia, las Razones de la Guerra, 1921). Asesinado el grueso de su militancia legal por el paramilita­rismo, la UP rompió con el PC y con las FARC.

A extremismo­s de izquierda y de derecha y a la crueldad del conflicto responde esta inclinació­n a ponerle al adversario el mote de terrorista; juegan allí meras impresione­s creadas por la propaganda sobre hechos difusos. Fue ésta una expresión minoritari­a de aquel exultante 21 de abril, no por ello menos azarosa, cuando se pidió conjurar la insegurida­d y la violencia. Ajuste el presidente su paz total, y reconozcan otros que emplazar a un guerriller­o imaginario es luchar contra molinos de viento.

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