La travesura de Doris
SE PRESENTÓ COMO UNA LECTORA que espera que pueda ayudarla con un consejo. Como hacen los médicos cuando están ante un caso alejado de sus dominios, consideré la posibilidad de referirla con alguien de mayor experiencia. Enseguida me asaltaron las dudas. No quería que mi gesto se interpretara como un menosprecio hacia la confianza que estaba depositando en mí.
En un mensaje bellísimo, Salomé me contó que quiere ser escritora. Empezó a escribir desde niña y piensa que está lista para atreverse un poco más. La probabilidad de enviar su primer manuscrito a una editora hace que se debata entre saltar al agua o quedarse en la orilla, a salvo del gran pez de dientes afilados que ronda las almohadas en la víspera de las grandes decisiones.
Querida Salomé: a cambio del consejo que me pides, voy a ofrecerte algo distinto. Permíteme hablarte de alguien que decía que al principio todos los libros tienen que luchar contra la negatividad y la indiferencia.
Jane Somers no era conocida en la escena literaria de 1983. Acababa de enviar un manuscrito a la prestigiosa editorial inglesa Jonathan Cape. También lo envío a otras editoriales. Escribió una novela sobre cómo convivimos con el deterioro físico de personas que en ocasiones preferiríamos ignorar. Como si así quisiéramos eliminar cualquier sospecha de que un día nos convertiremos en seres semejantes. Las protagonistas de su primer libro, titulado Diario de una buena vecina, son Janna y Maudie. Janna es una atractiva mujer que a veces se cree la reina del mambo. Maudie es una anciana maloliente con un humor de cacatúa gruñona.
Jane Somers recibió la respuesta de la editorial Jonathan Cape: “Consideramos que es un buen libro, pero creemos que es completamente inviable desde el punto de vista comercial”. Los de la editorial Granada fueron menos amables. En su carta se refirieron a la novela como un texto “demasiado deprimente”. ¿Un puñado de cartas de rechazo bastaría para que se echara a rodar por la cañada de la derrota? De ninguna manera. Tenía motivos para seguir insistiendo.
Cuando por fin se publicó su libro, no despertó el interés de la crítica. En opinión de la autora, recibió la típica reseña paternalista que reciben casi todas las primeras novelas. Pero se sentía agradecida. Lectores de Gran Bretaña y Estados Unidos le escribieron para expresarle su admiración. Querían saber más sobre esa misteriosa ciudadana inglesa. Tenía decidido que la publicación de su segundo libro sería adecuada para dar un paso al frente y revelarles a todos la verdad.
Jane Somers era en realidad Doris Lessing, una de las escritoras más destacadas y prolíficas de su tiempo. Lessing quería demostrarles a los jóvenes escritores que el rechazo no siempre tiene que ver con la calidad de un libro ni con el talento del autor. “Fue muy entretenido, pero me dejó también triste y avergonzada. ¿Es que todo tiene que ser siempre tan predecible?”.
Lo más gracioso de esta historia es que los primeros que rechazaron el manuscrito de Jane Somers, los editores habituales de Doris Lessing, presumían ser expertos conocedores de su estilo. Los dejó echando humo por las orejas. Ni los críticos literarios que se habían dedicado a estudiar su obra, ni los periodistas acostumbrados a reseñar sus libros, tuvieron sospecha de que tras la firma estaba la risita maliciosa de una escritora que recibiría el Premio Nobel de Literatura.