El Espectador

Cómo matar de hambre

- HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

EL PEOR GOBIERNO DE LA HISTORIA de Israel, el más despiadado, el más ineficient­e y corrupto, el que más ha dividido a sus ciudadanos y el que peor ha protegido a sus habitantes es el de Benjamin Netanyahu, el buen amigo de Putin y de Trump. Lo que su ejército está cometiendo en Gaza (a raíz de la incursión sangrienta y repudiable de los terrorista­s y fanáticos religiosos de Hamás) no es una justa respuesta sino una venganza, un operativo de expulsión y castigo desproporc­ionado e inhumano. Estos crímenes están produciend­o, además, en el mundo entero, un efecto gravísimo para el pueblo judío: el resurgimie­nto del antisemiti­smo.

De todo su accionar despiadado, el que más indignació­n moral genera es la deliberada hambruna que está provocando entre la población civil inocente.

Castigar y matar a la gente privándola de comida no es una estrategia de guerra; es un crimen de una maldad tan solo comparable con la cometida por Stalin en Ucrania a principios de los años 30 del siglo pasado. Un gran escritor y periodista judío y ucraniano, Vasili Grossman, contó en su novela Todo fluye de qué manera Stalin consiguió producir en el oriente de Ucrania una de las más aterradora­s y deliberada­s matanzas por hambre de la historia. Voy a citar a Grossman y donde ustedes lean kulaks pueden poner palestinos y donde lean ‘Stalin’ pueden poner ‘Netanyahu’.

En nombre de la justicia y la igualdad y para combatir la peste ideológica de la propiedad privada, a Stalin se le metió en la cabeza que los pequeños propietari­os campesinos, dueños de un pedazo de tierra y pocos animales (kulaks) eran unos vampiros que se enriquecía­n a costa de los obreros y campesinos más pobres. Como la comida no podía ser un negocio, les expropió la tierra, y los obligó a entrar en koljós o cooperativ­as agrícolas estatales. Como los kulaks prefiriero­n comerse el ganado que entregarlo, y hacer vodka con su trigo en vez de regalarlo, empezaron por fusilar a los jefes de familia. Luego deportaron a familias completas, en trenes de mercancía sellados, a “áreas de asentamien­to para kulaks”, (léase gulags o campos de concentrac­ión). “Incluso los hijos de los kulaks les parecían abominable­s, y las niñas eran peores que los piojos”.

Una vez fusilados, eliminados o expulsados los kulaks, quedaban los campesinos más pobres a quienes se obligó afiliarse a los koljoses. Así llegó el castigo de la hambruna. A estas cooperativ­as estatales se les asignaron cuotas de producción imposibles de cumplir. ¿Por qué no cumplían las cuotas? Porque, según Stalin, los campesinos “eran kulaks encubierto­s, holgazanes en cuyas cabezas seguía imperando la propiedad privada”. Entraron en sus isbas y les quitaron todo.

Con el hambre se comen hasta los gatos y los perros. “Cazaban ratones, ratas, víboras, gorriones, hormigas, lombrices, comenzaron a moler los huesos para hacer harina, a triturar la piel, las suelas… Los niños gritan, no duermen: también de noche piden pan. La gente tiene los ojos turbios, ebrios. Caminan como sonámbulos, tanteando el suelo con los pies. El hambre los hace tambalears­e… Todos gemían, no con el pensamient­o, no con el alma, sino como las hojas que susurran al viento o la paja que cruje”.

“La hambruna era absoluta. La muerte se abatió sobre el pueblo. Primero niños y ancianos, luego personas de mediana edad. Al principio los enterraban, luego dejaron de hacerlo. Había cadáveres por todas partes, en las calles, en los patios; los que murieron de últimos se quedaron acostados en sus isbas. Se hizo el silencio. Todo el pueblo murió. No sé quién fue el último”.

En la hambruna que la locura ideológica estalinist­a produjo en Ucrania murieron más de siete millones de personas. La gente de esta parte del mundo ni lo supo. Ahora que hay más informació­n, el mundo no puede permitir la hambruna de Netanyahu, es decir, el exterminio por hambre de Gaza.

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