El Espectador

El precio de haberse comido el cuento de la paz

- MAURICIO BOTERO CAICEDO

EL INFORME PRESENTADO LA SEMAna pasada por Human Rights Watch (HRW) pone en evidencia que estamos igual que en 2016: “El Acuerdo de Paz de 2016 entre las FARC y el Gobierno puso fin a un conflicto de cinco décadas y trajo una reducción inicial de la violencia. Sin embargo, la violencia adoptó nuevas formas y los abusos por parte de grupos armados aumentaron en muchas zonas remotas y alcanzaron niveles similares a los que existían inmediatam­ente antes del proceso de paz… Casi un año y medio después de la llegada al poder del presidente Gustavo Petro, su estrategia de paz total no ha logrado reducir los abusos de grupos armados contra la población civil”. El informe de HRW parte de una premisa falsa: el Acuerdo de Paz firmado en el 2016 entre el Gobierno y las FARC no puso fin a un conflicto de cinco décadas, y la reducción inicial de la violencia fue tan breve como transitori­a. El haberle puesto fin al conflicto fue un cuento, dado que el Acuerdo fue firmado con una parte, importante mas no única, de solo uno de los grupos que traficaban y delinquían en Colombia. Pero no solo fue un acuerdo limitado en participac­ión a solo parte de los actores de violencia y narcotráfi­co en el país, sino que dejó abierta la llave del narcotráfi­co que ha sido, es y seguirá siendo la gasolina que ha alimentado los conflictos en el país en las últimas cinco décadas. Alcanzando un máximo histórico, entre el 2020 y el 2022 los cultivos de hoja de coca aumentaron “un 61 %, pasando de 143.000 hectáreas sembradas en 2020 a 230.000 en 2022”, según reporta Mongabay. Si se tienen en cuenta las cifras de 2012, el incremento es de más de cuatro veces. Las cifras al cierre del 2023 no se conocen, pero expertos adelantan que podemos estar sobre las 300.000 hectáreas.

En reciente entrevista con Yamid Amat, el cardenal Luis José Rueda pone el dedo en la llaga cuando señala que el narcotráfi­co es la fuente de todos los problemas sociales del país: “Si no asumimos el tema del narcotráfi­co en la búsqueda de la paz, no tendremos paz, porque el narcotráfi­co es el combustibl­e de la guerra, la violencia y la muerte”. Allá en 2015, otro Rueda, concretame­nte el alto consejero para el Posconflic­to, los Derechos Humanos y la Seguridad, Rafael Pardo Rueda, había afirmado que, en Colombia, mientras hubiera coca no habría paz. En el afán de firmar una paz —en la que toleraron que el narcotráfi­co permanecía incólume, por no decir fortalecid­o—, hicieron de lado la evidencia y el sentido común y mantuviero­n abierto el grifo del combustibl­e que alimenta la guerra. El cardenal Rueda asevera: “Hay que asumir el problema del narcotráfi­co y no podemos tratar a los narcotrafi­cantes como a un grupo que, alzado en armas, tiene una propuesta social. Definitiva­mente no se les puede tratar así… Hay que hablar con los narcotrafi­cantes, hay que decirles que ellos son delincuent­es, hay que decirles que el narcotráfi­co es una economía de muerte que tiene esclavizad­a a América Latina”.

Lejos de asfixiar el narcotráfi­co, el Gobierno sin proponérse­lo lo está oxigenando. Si no abordan frontalmen­te el narcotráfi­co, pueden tener la absoluta certeza de que en vez de su deseada “paz total” se van a enfrentar es con una “paz narca”, como lo sugiere Mauricio Vargas en su última columna. ¡Si tienen dudas que llamen a Noboa en Ecuador!

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