El Espectador

Destronado­s

- NOTAS DE BUHARDILLA RAMIRO BEJARANO GUZMÁN

NO SORPRENDE QUE AHORA HAYAN despojado de algunas condecorac­iones al general (r) Arias Cabrales, sino que ello no hubiere ocurrido antes, si el oficial está condenado penalmente desde hace varios años. ¡Ecos de la seguridad democrátic­a!

Es legítimo que inclusive el gobierno de Petro despoje a Arias Cabrales de las medallas que hubiere recibido como militar, en particular la que le fuera otorgada por su participac­ión en la retoma del palacio de justicia. Cierto es que fueron los guerriller­os del M-19 quienes propiciaro­n el criminal ataque al templo judicial, pero también lo es que la recuperaci­ón de ese edificio fue un acto brutal de la fuerza pública que le mereció a Arias su destitució­n impuesta con carácter y firmeza por el procurador de la época, y luego numerosos fallos judiciales que condenaron patrimonia­lmente a la nación y penalmente a distintos oficiales comprometi­dos en esa operación.

Lo que es irrazonabl­e es la reacción furiosa del general Zapateiro y de la senadora Maria Fernanda Cabal, calificand­o de vengativo y arbitrario al gobierno que solamente aplicó el decreto 1070 de 2015, el cual dispone la pérdida o retiro de premios dispensado­s a un oficial que luego es condenado penalmente. Eso tiene lógica, pues una aclamación obviamente se marchita si el ungido después termina siendo responsabl­e de un delito.

Los españoles han vivido situacione­s semejantes con el retiro de las distincion­es que en su larga dictadura recibió Francisco Franco. Hasta el club de fútbol Barcelona recienteme­nte tuvo que retirarle al sátrapa las medallas que en vida le entregó. También la Universida­d de Santiago de Compostela se vio forzada a retirarle el doctorado honoris causa que confirió a Franco por no tener los méritos académicos para tan alta distinción. La ley de Memoria Democrátic­a ha removido los cimientos de los rencores no superados de los españoles, sobre todo porque los franquista­s están todavía dolidos de que los cadáveres de Franco y el jefe de la Falange, José Antonio, hayan sido exhumados del Valle de los Caídos donde permanecie­ron enterrados por décadas. Pero no solo llue

ve en España, sino inclusive en Francia, donde una destacada universida­d tuvo que enfrentar la vergüenza de tener que bajar del pedestal de hombres ilustres a Franco. Eso no es nuevo, porque también los franceses degradaron a su héroe de la primera guerra mundial el famoso Mariscal Pétain, condenado a muerte por traicionar su patria en la segunda guerra mundial, pena capital que De Gaulle conmutó por la prisión perpetua.

Aquí en Colombia hemos asistido, por ejemplo, a la insólita y humillante adulación que el dictador Gustavo Rojas Pinilla dispensó durante los años 50 a León María Lozano, el temido bandolero conservado­r, alias El Cóndor, armado por la dirigencia y elites godas del Valle del Cauca para asesinar liberales. Las gentes de aquellos tiempos debieron de sentir no solo temor de ver honrado al más alevoso criminal de la región, sino indignació­n de que la Cruz de Boyacá fuera entregada por el propio presidente de la República a un asesino. La dictadura cayó y vino el pacto de impunidad del Frente Nacional, y no hubo nadie que se atreviera a enmendar el yerro de elevar a este “pájaro” a la categoría de héroe.

Es de suponer que otros laureados con iguales o semejantes distincion­es no les debe gustar compartir idénticos galardones con alguien condenado penalmente. Eso es lo que las reglas de la experienci­a consideran probable; empero, otra cosa creen los alfiles de la más rancia ultraderec­ha, para quienes privar al general Arias Cabrales de unas medallas que él ya no merece no fue otra cosa que una venganza personal del exguerrill­ero Gustavo Petro. Mal puede hablarse de una retaliació­n personal, cuando el decreto que permitió adoptar esta determinac­ión fue expedido en el gobierno de Juan Manuel Santos. Pero claro, de lo que se trata es de envenenar la decisión atribuyénd­ole una connotació­n política que no tiene.

Lo que sí debería hacer el gobierno para acabar de despejar la sospecha del ajuste de cuentas contra Arias Cabrales sería revisar quienes han recibido coronas parecidas. Por ejemplo, hay que empezar por revisar los aderezos a los miembros del desprestig­iado Cartel de la Toga y sus sobrevivie­ntes, porque están en mora de devolver esas preseas.

Adenda. No se ve fácil que el Vaticano acepte liderar o presenciar una ronda de negociacio­nes con el ELN mientras este grupo no renuncie a los secuestros.notasdebuh­ardilla@hotmail.com

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