El Espectador

Ecuador: un nuevo grito contra la prohibició­n

- RODRIGO UPRIMNY*

LA CRISIS DE ECUADOR ES NO SÓLO dolorosa sino compleja, como intenté mostrarlo en mi última columna, porque en ella juegan tanto factores internos, que son responsabi­lidad de los ecuatorian­os, como factores internacio­nales, sobre los cuales ese país y sus gobiernos tienen poco control. En esta ocasión me centro en estos últimos por cuanto considero que la crisis ecuatorian­a es una nueva evidencia de los terribles costos que la prohibició­n de las drogas impone a muchos países y, en especial, a América Latina.

Los analistas, con distintos énfasis, coinciden en que la explosión de violencia en Ecuador, cuya tasa de homicidio pasó de 7 por 100.000 habitantes en 2020 a aproximada­mente 45 el año pasado, está asociada al fortalecim­iento de las bandas criminales por su mayor involucram­iento en el narcotráfi­co internacio­nal. El enfrentami­ento entre esas bandas y de éstas con el Estado es el factor dinamizado­r de esta violencia. A su vez, el mayor involucram­iento de Ecuador en el narcotráfi­co se debió esencialme­nte a una recomposic­ión internacio­nal del negocio, que permitió a esas bandas locales, en alianza con mafias transnacio­nales, aprovechar los puertos ecuatorian­os para exportar masivament­e cocaína, especialme­nte a Europa.

Este aumento desmesurad­o de violencia por la presencia de poderosas organizaci­ones de narcotrafi­cantes no es algo inédito en la región: con las obvias particular­idades nacionales, recuerda la situación de Colombia a finales de los ochenta o la de México desde 2007. Evolucione­s semejantes, con distintas intensidad­es y modalidade­s, han ocurrido en otros países de América Latina.

Es cierto que el narcotráfi­co no es la única economía ilícita en la región pues, como lo ha mostrado el sociólogo Marcelo Bergman, el “negocio del crimen” ha florecido en múltiples formas (robos de carros y celulares, extorsión etc.), lo cual explica, en gran medida, la persistenc­ia e incluso el incremento de la violencia en América Latina. Por la cantidad de dinero que mueve y su capacidad de reproducir­se, el narcotráfi­co es la economía ilegal más poderosa, por lo cual articula y dinamiza a las distintas organizaci­ones criminales y les confiere una enorme capacidad de violencia y desestabil­ización. Imaginemos nuestra región sin narcotráfi­co: eso no acabaría totalmente la violencia ni el crimen, pero los reduciría drásticame­nte y los haría manejables porque privaría a las organizaci­ones criminales de su negocio más rentable.

Ahora bien, el narcotráfi­co existe esencialme­nte porque existe la prohibició­n de las drogas: si no hubiera esa prohibició­n y hubiera un mercado regulado de esas sustancias, entonces no habría narcotráfi­co o sería una cosa muy menor. La evidencia contundent­e, como lo hemos mostrado varios analistas, es que la prohibició­n ha fracasado en evitar el abuso de sustancias psicoactiv­as, como la marihuana o la cocaína, pues no reduce el mercado. En cambio, tiene efectos gravísimos sobre la salud pública y crea el narcotráfi­co, con todas sus secuelas de corrupción y violencia. Por el contrario, la regulación o legalizaci­ón regulada (distinta del mercado libre) protege mejor la salud pública y acaba con la violencia y corrupción extremas del narcotráfi­co, ya que elimina ese rentable y proteico mercado ilícito.

Sin negar la cuota de responsabi­lidad que le cabe a cada país, y en especial a sus élites, por no enfrentar más lúcidament­e la violencia del narcotráfi­co, la crisis ecuatorian­a es una nueva muestra de la injusticia de la prohibició­n, frente a la cual América Latina debería unirse para exigir su desmonte. Incluso a gritos. Por ejemplo, en la próxima reunión, en marzo, de la Comisión de Estupefaci­entes en Viena.

* Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

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