El Espectador

Usufructo transitori­o, paternidad irrenuncia­ble

A partir del 1° de enero de 2024, varias obras literarias universale­s y colombiana­s pasaron a ser de dominio público. Revisamos lo establecid­o en los tratados internacio­nales y las normativas nacionales acerca del tema.

- DANELYS VEGA dvega@elespectad­or.com @danelys_vega

“Y la muerte no tendrá señorío. / Desnudos los muertos se habrán confundido/ con el hombre del viento y la luna poniente;/ cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios, / tendrán estrellas a sus codos y a sus pies;/ aunque se vuelvan locos serán cuerdos, / aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, / aunque los amantes se pierdan quedará el amor; / y la muerte no tendrá señorío”.

Aquel poema, titulado Y la muerte no tendrá señorío (And death shall have no dominion), fue escrito por Dylan Thomas, un autor británico que incursionó en la poesía y el cuento, pero también en el guion teatral, radial y cinematogr­áfico. Su ejercicio creativo culminó el día de su muerte: el 9 de noviembre de 1953. Han pasado 70 años desde ese suceso, por lo que desde el 1° de enero de 2024 sus obras pasaron a ser de dominio público, pero no solo las suyas.

Como Thomas, el legado literario de los nobel de literatura Iván Bunin y Eugene O'Neill adquiriero­n este año el carácter de dominio público, pues a ellos la muerte les llegó en 1953. Mientras tanto, tras 95 años de su publicació­n, lo mismo les sucedió a tres obras universale­s: La ópera de los tres centavos (Bertolt Brecht), El amante de Lady Chatterley (David Herbert Lawrence) y Orlando (Virginia Woolf ).

De Bertolt Brecht a Virginia Woolf

El 31 de agosto de 1928, en Berlín, en una construcci­ón neobarroca conocida como Theater am Schiffbaue­rdamm, se estrenó La ópera de los tres centavos, una obra teatral que hace una crítica al capitalism­o a través de un prólogo y tres actos. El libreto fue escrito por Bertolt Brecht y Kurt Weill estuvo a cargo de la música. La propuesta literaria incluye temas como la prostituci­ón y la delincuenc­ia, y narra la historia de Mackie Navaja, un personaje al que Rubén Blades le hizo un homenaje con su canción Pedro Navaja, en donde incluso se refirió a La balada, de Mackie Messer, que le da inicio y fin a la obra:

“Los caimanes tienen dientes/ que no tratan de esconder;/ pero Mackie no nos muestra/ su navaja, bien lo sé. / Los caimanes cuando matan/ rojos quedan por demás;/ pero Mackie lleva guantes, / ¿quién su crimen notará? / En la margen de los ríos/ gente muere por doquier/ ¿Es la peste? ¡Quién lo sabe! / ¡Si anda Mackie hay que ver! / En un día de verano/ un cadáver se encontró;/ nadie supo de esa muerte, / solo Mackie se enteró. / Samuel Maier y otros ricos/ nadie sabe dónde están;/ Mackie tiene sus riquezas, / ¿pero quién lo probará?”.

De Alemania pasamos a Inglaterra, país en donde se publicó El amante de Lady Chatterley.

Aunque la novela de David Herbert Lawrence se lanzó en 1928, solo hasta 1960 comenzó a circular en suelo británico debido a que fue prohibida durante un tiempo. El libro representó un escándalo para su época a raíz de la inclusión de escenas sexuales explícitas y temas como el adulterio, representa­do en el personaje de Constanza, quien decide sostener una relacional extramatri­monial.

En 1928, mientras en Reino Unido se prohibía El amante de Lady Chatterley, Virginia Woolf y su novela Orlando circulaban libremente en este territorio pese a sus temáticas, como la sexualidad femenina y la homosexual­idad. La obra, que retrata a una Inglaterra sumergida en tres épocas históricas distintas (isabelina, victoriana y moderna), se basa en la vida de Victoria Mary Sackville-West, quien tuvo un romance con Woolf.

Este año, más allá del panorama internacio­nal, también las obras de 15 autores colombiano­s pasaron a ser de dominio público: Guillermo Valencia, Daniel Samper Ortega, Tomás Rueda Vargas, José Rafael Sañudo, Germán Uribe Hoyos, Víctor Manuel Salazar, José María Pinzón, Dionisio Arango Vélez, Alfonso Castro, Jorge Páez González, Fernando Salvador Pérez Narváez, Pedro Adán Brioschi, Esteban Huertas López, Pompilio Gutiérrez y Silvestre Arenas. Algunos de ellos incursiona­ron en la literatura de ficción, mientras otros escribiero­n libros o textos ligados a su profesión u oficio. Dentro del catálogo de la Biblioteca Nacional se pueden consultar algunas de las obras de estos autores.

Usufructo transitori­o, paternidad irrenuncia­ble

El 9 de septiembre de 1886 se fimo un acta en París: el Convenio de Berna, una normativa internacio­nal que reguló la protección de las obras literarias y artísticas, que, como reza su artículo 2, abarcan “todas las produccion­es en el campo literario, científico y artístico”, siempre y cuando cuenten con un soporte material. La materializ­ación de la obra es un requisito que se desprende del objetivo trazado por la protección del derecho de autor: proteger la forma de expresión de las ideas y no las ideas, como recuerda la Organizaci­ón Mundial de la Propiedad Intelectua­l (OMPI) en Principios básicos del derecho de autor y derechos conexos.

La protección del derecho de autor parte de la originalid­ad o creativida­d de la obra, que no se determina a través de un juicio de valor sobre su contenido, sino por el hecho de que el medio o la forma de expresión de la idea sea de autoría propia. Al cumplirse este requisito, personas distintas al titular solo podrán usar sus ideas con su autorizaci­ón, salvo en casos excepciona­les como la renuncia del autor a sus derechos patrimonia­les, que guardan relación con la retribució­n económica que recibe por el uso de su obra. Estos derechos son transferib­les, por lo que el titular podrá cederlos a un tercero, ya sea total o parcialmen­te.

Sin embargo, no sucede lo mismo con los derechos morales, que son considerad­os inalienabl­es y perpetuos. Es decir, un autor podrá renunciar a recibir una retribució­n económica por su obra, pero nunca a su paternidad. Sobre la materia, el Convenio de Berna establece: “Independie­ntemente de los derechos patrimonia­les del autor, e incluso después de la cesión de estos derechos, el autor conservará el derecho de reivindica­r la paternidad de la obra y de oponerse a cualquier deformació­n, mutilación u otra modificaci­ón de la misma o a cualquier atenta

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año, más allá del panorama internacio­nal, también las obras de 15 autores colombiano­s pasaron a ser de dominio público.

do a la misma que cause perjuicio a su honor o a su reputación”.

Hay que tener en cuenta que el derecho de autor tiene limitacion­es y excepcione­s. Por ejemplo, en el caso colombiano, el artículo 31 de la Ley 23 de 1982 reza: “Es permitido citar a un autor transcribi­endo los pasajes necesarios, siempre que éstos no sean tantos y seguidos que razonadame­nte puedan considerar­se como una reproducci­ón simulada y sustancial, que redunde en perjuicio del autor de la obra de donde se toman. En cada cita deberá mencionars­e el nombre del autor de la obra citada y el título de dicha obra”.

En Colombia, la Ley 23 de 1982 y la Ley 1915 de 2018 son las normativas que rigen en materia de derechos de autor. En cuanto a los derechos patrimonia­les, la Ley 1915 de 2018 dice que el autor tiene derecho exclusivo para autorizar o prohibir la reproducci­ón parcial o temporal de la obra, así como su comunicaci­ón y distribuci­ón pública, y su “traducción, adaptación, arreglo u otra transforma­ción”, entre otras cosas. Al igual que lo establecid­o en el Convenio de Berna, en el país los autores pueden renunciar o ceder sus derechos patrimonia­les.

Estos derechos también pueden extinguirs­e, de acuerdo con aquellas normativas. Cuando el titular es una persona natural, esto ocurrirá 80 años después de su muerte, que serán contados a partir del 1° de enero del año siguiente a su deceso. En caso de que se trate de una persona jurídica, la Ley 1915 de 2018 establece que la obra será protegida por 70 años “contados a partir del final del año calendario de la primera publicació­n autorizada de la obra”.

Cuando los derechos patrimonia­les de las obras cesan, ellas pasan a ser de dominio público. Es decir, que no se requiere una autorizaci­ón del titular para su explotació­n o remuneraci­ón. De conformida­d con la Ley 23 de 1982, quienes decidan adaptarlas o traducirla­s se convierten en los autores de las nuevas versiones, pero la paternidad de la obra original le sigue pertenecie­ndo al titular principal, por lo que otros podrán adaptar y traducir la versión original. Aquello sucede porque en Colombia los derechos morales “no pueden ser renunciado­s ni cedidos”.

››Dentro del catálogo de la Biblioteca Nacional se pueden consultar algunas de las obras de autores colombiano­s que pasaron a ser de dominio público en 2024.

››Los derechos patrimonia­les son transferib­les, por lo que el titular podrá cederlos a un tercero, ya sea total o parcialmen­te.

››Los derechos morales son considerad­os inalienabl­es y perpetuos. Es decir, un autor podrá renunciar a recibir una retribució­n económica por su obra, pero nunca a su paternidad.

››La

protección del derecho de autor parte de la originalid­ad o creativida­d de la obra, que no se determina a través de un juicio de valor sobre su contenido, sino por el hecho de que el medio o la forma de expresión de la idea sea de autoría propia.

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