El Espectador

La elección de referencia­r

- CATALINA URIBE RINCÓN

EN SU COLUMNA TITULADA “LA CO-fradía del Sr. T”, la escritora Piedad Bonnett inicia referenciá­ndome. Aunque esto fue hace más de un año, lo recuerdo con cariño y asombro porque ha sido una de las pocas veces en las que alguien elige decir que su texto tuvo como punto de partida alguna reflexión mía. El escrito de Bonnett inicia así: “Una referencia de Catalina Uribe en una de sus columnas me llevó a investigar sobre una sentencia judicial que ordenó reincorpor­ar a su trabajo a un hombre que fue despedido de la consultora parisina Cubik Partners…”.

Bonnett podría haber iniciado su columna con “La sentencia judicial que ordenó reincorpor­ar a su trabajo a…”. Como la noticia es pública, no habría incurrido en ningún tipo de falta. Su columna además presentaba una reflexión muy distinta a lo que yo escribí. Sin embargo, la escritora eligió mencionarm­e como una fuente que la llevó a pensar en su escrito. Eligió hacer público que leyó mi columna y que leyéndola pensó en este caso. El reconocimi­ento es doble, pues dice que me lee y que algo de lo que escribí fue sugestivo o, al menos, que fue lo suficiente­mente curioso para motivarla a investigar más.

El gesto de Bonnett me hizo a mí recordar el componente volitivo que tiene referencia­r. En el libro Manual de citas y referencia­s bibliográf­icas, el profesor Felipe Castañeda reflexiona sobre la etimología de la palabra “referir”. Escribe: “La expresión se compone del prefijo re- y del verbo fero. Fero quiere decir «cargar» o «portar», es decir, el hecho de llevar cosas con uno”. Referir, escribe Castañeda, es algo así como “volver a cargar”, “volver a tener con uno”. Es el llamado dentro del texto a otros textos, de un autor a otros autores. Por eso, cuando al hablar por uno mismo se recoge a otros, lo que se hace es “cargarlos” y así, quizá, permitirle­s descansar.

El reconocimi­ento de Bonnett, generoso y desprendid­o, contrasta enormement­e con la cantidad de maniobras que han hecho otros autores, por lo general hombres, para evadir referencia­r algo que he escrito, que sé que leyeron y cuya interpreta­ción coincide bastante con la mía. Siempre me digo: “No importa”, “qué más da”, pero sí importa. No por el hurto, pues, como reflexiona Castañeda, al final del día, ¿qué quiere decir algo propio en un lenguaje tan anterior al hablante?, sino por el cansancio que resulta de nunca “ser cargado”, de saberse solo y de no poder complacers­e con la compañía de los otros en la construcci­ón siempre colectiva del conocimien­to.

Todo esto me hizo pensar en la importanci­a no legal sino humana de dar crédito y de la decisión moral de decidir “cargar” a otro. Justo la semana pasada descubrí la historia de la escritora y fotógrafa Annemarie Schwarzenb­ach por la sección “Overlooked” de The New York Times. “Overlooked” se traduce en español a “pasado por alto”. En el diccionari­o online de etimología la palabra se refiere a mirar por encima con indulgenci­a, a elegir no darse cuenta, a decidir no ver. The New York Times reconoció que por años y años había decidido no ver a las mujeres notables y excluirlas de los obituarios. Hoy trata de hacer una reparación simbólica al “cargarlas” y traerlas ante nuestros ojos.

‘‘Hay un cansancio que resulta de no poder complacers­e con la compañía de los otros en la construcci­ón siempre colectiva del conocimien­to”.

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