El Espectador

Maravillos­a Nieves

- LORENZO MADRIGAL

ME LLEGÓ EN NAVIDAD UNA OBRA maravillos­a: las caricatura­s de Consuelo Lago (Nieves 55 años) recogidas en hermosa edición de Benjamín Villegas. Gracias mil a quienes me hicieron tan estupendo obsequio.

Hombre, ellos no sabían que yo simpatizo demasiado con Nieves, casi diría por su figura sensual, pero es que también he sido amigo —de esos con los que uno poco se ve— de su autora, Consuelo Lago, veterana del arte gráfico y de la pintura de caballete y apenas un poco mayor que el santo padre Francisco, quien ya nos alcanzó, tanto a ella como a mí. Sabido es que el benemérito bendijo el ponqué de sus 87 el pasado 17 de diciembre.

Nieves data de los tiempos viejos de El Espectador y, no porque tuviera ánimo de ofender, la saga llevaba por nombre original “La Negra Nieves”. En cualquier momento de susceptibi­lidades mutó al nombre simple que ahora lleva. La artista pinta en ella, con grafismo sencillo, el encanto de una bella morena de ojos vivaces, “contornos ondulantes”, boca fresca y dientes blancos como los de “una rosa blanca”, según la redundanci­a de Valencia.

El color negro de esta silueta contrasta en la edición de Villegas con un papel satinado que mantiene la elegancia del blanco y negro. Es muy original la forma de presentar con amenidad los pensamient­os de la chica que nunca envejece, pues así la vimos nacer en la misma edad y frescura.

Hay tanto amor en quien ideó esta criatura para el mundo gráfico como en Dios mismo, autor de las diversas especies humanas, bellas, cada cual en lo suyo.

En cuanto al pensamient­o de Nieves no hay mucho que agregar a lo que ya se ha dicho de su frescura y enjundiosa simplicida­d. Dice las cosas más obvias para que las entiendan los más estultos, pero también para que den vuelta a su cabeza los más avisados, cuando alcanzan a comprender lo dicho y el porqué de lo dicho.

Se reivindica de esta manera la negativa que se está dando para ilustrar la presencia negra en la vida nacional y política. Esto es, que cualquier alusión gráfica puede ser tomada como una agresión por el color y las condicione­s de la raza. Se ha visto que una mujer política, con todo y la grandeza de su ascenso, no puede aparecer estigmatiz­ada con la caricatura de sus facciones al igual que sus pares de raza blanca o mestiza. Hay quienes resuelven pintarla como una beldad de concurso, lo que la falsea totalmente, y otros dibujantes prefieren no tocarla en lo gráfico para no ofenderla, discriminá­ndola también inevitable­mente. La poco agraciada cara de la muy importante Eleanor Roosevelt, tan blanca como carente de gracia, fue tema de honor para la caricatura y el periodismo. Era fea y famosa, lo mismo que puede ocurrirle a Michelle Obama. Es que muy pocos entienden que la caricatura política, que no es un sarcasmo, es un contradict­orio homenaje.

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