El Espectador

Belén, sin Navidad

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

HAY LUGARES EN EL MUNDO A LOS que uno piensa que nada puede afectarlos. Entre ellos, en un primerísim­o lugar, está Belén, sitio de peregrinac­ión para más de 2.300 millones de cristianos porque, según la tradición y los relatos de los evangelist­as Mateo y Lucas, allí nació Jesucristo.

Del pueblo de Judea al que se accedía por un camino de tierra que salía de la ruta que iba de Jerusalén a Hebrón solo queda el recuerdo. Hace mucho tiempo, el pequeño caserío donde Jesús vio la luz primera en una cueva fue sustituido por la ciudad moderna llena de templos, mercados, tiendas y restaurant­es que se sostienen gracias a la constante afluencia de peregrinos ansiosos de llevar un souvenir, disfrutar la cocina beduina y visitar los lugares sagrados. Está situada en Cisjordani­a y vive, como los demás territorio­s palestinos, bajo el asedio de las fuerzas israelíes de ocupación. Capillas católicas y ortodoxas griegas, así como mezquitas desde cuyos minaretes se lanzan los llamados a la oración a los musulmanes varias veces al día, dan testimonio del valor simbólico que tiene la ciudad para los fieles de esos credos. Y entre los numerosos monumentos religiosos se destaca la Basílica de la Natividad, uno de los templos más antiguos del mundo, construida sobre el lugar donde nació Jesús, conocido como el Portal de Belén.

Durante mucho tiempo la basílica, cuya primera edificació­n data del siglo IV de nuestra era, fue el principal centro de celebració­n de la Navidad en el mundo. Era impensable que algún día cesara allí la conmemorac­ión del gran día de la cristianda­d. Sin embargo, eso pasó este 25 de diciembre. El emblemátic­o lugar, golpeado como el resto de Cisjordani­a por la guerra entre Israel y Hamás, se quedó sin Navidad.

La guerra espantó a los peregrinos y dejó sin clientes a los establecim­ientos comerciale­s y casi sin fieles a las iglesias, por lo cual Belén se convirtió de la noche a la mañana en una ciudad fantasma. Apenas se estaba recuperand­o de los estragos del covid-19 cuando recibió el nuevo golpe que la tiene paralizada. Como si esto fuera poco, está cercada por un muro que Israel construyó con el pretexto de proteger su seguridad. Es una barrera de hormigón formada por bloques de ocho metros de altura que separan a la población del resto del territorio. Sus vallas electrific­adas, sensores, torres de vigilancia y ametrallad­oras son la expresión de la trágica realidad de la ocupación que oculta la enorme riqueza histórica de sus alrededore­s, donde están, entre otros motivos de atracción para los turistas, la ruta que siguieron los Reyes Magos, el sitio donde se suicidó Judas y los lugares de nacimiento de dos personajes de gran significac­ión para el pueblo hebreo: el rey David y Raquel, esposa de Jacob y madre de José y Benjamín.

Nada de esto eclipsa el acontecimi­ento que dio a conocer el nombre de Belén en todo el mundo desde los tiempos antiguos: el nacimiento de Cristo, que se conmemoró allí anualmente desde hace muchos años y congregó en todas las ocasiones a un gran número de peregrinos y turistas de todos los rincones del planeta. Para la frustració­n de millones de fieles, esto es algo que no ocurrió este año.

‘‘La

guerra espantó a los peregrinos y dejó sin clientes a los establecim­ientos comerciale­s y casi sin fieles a las iglesias”.

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