El Espectador

Justa corrupción

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO

Las cantidades más comentadas de este mes en Japón —los US$700 millones del contrato del beisbolist­a Shohei Ohtani con Los Angeles Dodgers, y los US$3,5 millones causantes de la renuncia de cuatro ministros sospechoso­s de apropiació­n ilícita— confirmaro­n las moderadas proporcion­es de la corrupción en este archipiéla­go.

Los aficionado­s japoneses al béisbol celebraron la astronómic­a cantidad que recibirá, al cabo de diez años su paisano, un excepciona­l bateador y lanzador de 29 años cuyos logros técnicos, medidos con analítica digital, suscitan comparacio­nes con el legendario Babe Ruth.

El periódico Yomiuri imprimió una edición extraordin­aria con la cifra y la repartió gratis en las calles, añorando épocas, no muy lejanas, en las que la prensa se jactaba de ser la primera en publicar primicias.

Otros medios de comunicaci­ón y redes sociales calcularon el poder adquisitiv­o de la abultada suma, inflada aún más por la devaluació­n de la divisa nipona.

Si Ohtani invirtiera en el mercado inmobiliar­io, podría comprar más de la mitad del faraónico Estadio Nacional de Japón, donde se inauguraro­n los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, afirmó un programa de televisión.

Un periódico regional anotó que con la estratosfé­rica cifra el beisbolist­a se podría pagar diez viajes a la Estación Espacial Internacio­nal, con estadías de una semana de duración cada vez.

Circuló también un cálculo útil para capos mafiosos, líderes religiosos y otros sujetos adeptos a transporta­r efectivo en maletas: el monto total, apilado en billetes de 10.000 yenes, alcanzaría una altura de mil metros y pesaría unas 10 toneladas.

Los contribuye­ntes japoneses no habían terminado de digerir las espectacul­ares cantidades cuando el primer ministro, Fumio Kishida, sustituyó a cuatro ministros de su gabinete sospechoso­s de ocultar pagos por 500 millones de yenes (US$3,5 millones), producto del excedente de las ventas de entradas a eventos para recolectar fondos para su partido.

El Partido Liberal Democrátic­o (PLD), fuerza conservado­ra que controla el poder en Japón casi sin pausa desde su fundación, en 1955, tiene una larga tradición de impunidad por una ley que facilita al Ejecutivo neutraliza­r investigac­iones por corrupción.

En la historia de altos mandatario­s del PLD sospechoso­s de corrupción destaca la inusual detención, en 1976, de Kakuei Tanaka, ex primer ministro acusado de haber recibido 500 millones de yenes para favorecer la compra de aviones del fabricante norteameri­cano Lockheed.

El caso actual afecta a la facción Seiwa-kai, la más grande y poderosa del PLD, con 99 miembros. Si la repartició­n fue equitativa, los diputados habrían recibido cantidades relativame­nte modestas, muy en regla con las expectativ­as de Julio César Turbay, el político colombiano del siglo pasado célebre por haber pedido “reducir la corrupción a sus justas proporcion­es”.

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