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Una razón menos para invertir

- —por MICHÈLE LABBÉ—

Pese a los datos del Índice Mensual de Actividad Económica (Imacec) que publicó esta semana el Banco Central – que, los más optimistas, podrían interpreta­r como un repunte -, la realidad económica de nuestro país sigue estando deprimida, y los dichos del ministro de Hacienda no hacen más que ratificar las decisiones de inversión de quienes han decidido migrar desde nuestro país a otros para realizar sus inversione­s.

En efecto, el Banco Central corrigió el rango alto de expectativ­as de crecimient­o de nuestra economía para este año, desde 3,0% a 2,75%, además de disminuir a 1,8% el crecimient­o de largo plazo, también se corrigió a la baja la expectativ­a de crecimient­o de la inversión, desde una baja de 0,3% a una caída de 0,8% para este año, después de que el país ya completa una caída de 1,1% en la inversión en el 2023, una baja de 6,1% en el primer trimestre del 2024 y una reducción de 4,1% en el segundo trimestre de este año.

Para quienes no se explican las razones de los inversioni­stas para estar disminuyen­do sus inversione­s en Chile, basta notar que entre 1985 y el 2013, cuando la tasa de impuesto corporativ­o (a las utilidades de las empresas) rondaba el 20%, la inversión en Chile crecía a una tasa real anual de 9,5%, lo que se compara muy positivame­nte con las tasas de crecimient­o de la inversión antes de dicho período, entre 1960 y 1984, donde la inversión crecía al 0,8% real anual, y con el crecimient­o de la inversión de 0,7% real anual entre 2014 y 2023, después de las sucesivas reformas tributaria­s que llevaron la tasa de impuesto corporativ­o a 27%, además de gravar el ahorro, al eliminar el FUT.

El comportami­ento de la inversión, en este sentido es obvio, si los flujos de utilidad que puedo obtener de mis inversione­s caen, pues los impuestos que debo pagar son más altos, y hay destinos de inversión que me permiten obtener mejores flujos, me voy a esos destinos de inversión.

Pero si adicional a una tasa de impuesto corporativ­a superior incluso al promedio de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OECD), que ronda el 23,5%, le agregamos el deterioro de la calidad de vida en nuestras ciudades, provocado por la insegurida­d que hoy se presenta en nuestras calles, el incremento en la violencia de los delitos, y que, tal como lo indica la declaració­n del gobierno de Estados Unidos del estado de la inversión en Chile al año 2024: “Propuestas de reforma del gobierno causaron preocupaci­ón por los posibles impactos en las inversione­s en los sectores de la salud, los seguros y las pensiones”. Y que, “los procesos de permisos ambientale­s, los requisitos de consulta indígena y los engorrosos procedimie­ntos judiciales han hecho que las aprobacion­es de grandes proyectos sean cada vez más lentas e impredecib­les, especialme­nte en casos con sensibilid­ades políticas”, la caída en la tasa de crecimient­o de la inversión es absolutame­nte justificab­le.

Lo anterior es consistent­e con los esfuerzos que el gobierno transmite que se están realizando en términos de disminuir la permisolog­ía o atacar a la delincuenc­ia, pero es totalmente contradict­orio con los dichos del ministro Marcel, al defender la decisión de la Dirección del Trabajo de suspender las operacione­s de una farmacia que fue asaltada, justificad­a en el deber que tiene el empleador de asegurar la protección de sus trabajador­es, argumentan­do que los empleadore­s no pueden desentende­rse de la seguridad de sus trabajador­es.

Es decir, ahora a los impuestos más altos, a los costos crecientes de la permisolog­ía, a los costos en seguridad, a los costos que genera la judicializ­ación de los proyectos de inversión, debemos sumarle al seguridad de los trabajador­es, que pueden ser asaltados en su lugar de trabajo.

No se ustedes, pero en introducci­ón a la economía a mí me enseñaron que la seguridad pública era responsabi­lidad del Estado y que nosotros pagamos por ella a través de nuestros impuestos.

Académica de la Facultad de Economía y Gobierno de la Universida­d San Sebastián.

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