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PUNTO DE VISTA

- —POR GONZALO RESTINI— Emprendedo­r y panelista de Informació­n Privilegia­da Radio Duna

No puedes empezar un fuego sin una chispa”. Bruce Springstee­n, Dancing in the Dark, 1984.

La revolución más importante de la historia humana se produjo sin un gran derramamie­nto de sangre. Ni incendios. Ni juicios sumarios. Ni fusilamien­tos masivos. Corría 1977 cuando en China llegaron a oídos de Deng Xiaoping, que había reemplazad­o a Mao un año antes, unas extraordin­arias cosechas agrícolas en las granjas de Anhui. Todas ellas tenían en común un hecho excepciona­l: en contra de la práctica oficial, se les permitió a los campesinos dejar para sí mismos los excedentes sobre la cuota de producción exigida por el Estado. Esta observació­n bastó para que el jerarca chino decidiera liberaliza­r la economía. “No importa el color del gato, sino que cace ratones”. Deng había descubiert­o a Adam Smith. ¡Había que liberar el poder de los incentivos! Llegar a niveles microscópi­cos: conquistar la mente y el corazón de cada ciudadano para que fuera un poco más allá. Esa idea simple sacaría a 800 millones de personas de la pobreza en los siguientes 45 años, transforma­ndo a China en la 2ª economía mundial.

Es difícil imaginar un ejemplo más elocuente de la derrota de las ideologías que predican la perfecta igualdad y consiguen perfecta pobreza. La mano invisible, los incentivos microeconó­micos y el lucro lograron lo imposible. Vietnam siguió el ejemplo chino a mediados de los 80 y su PIB per cápita (ajustado por PPP) se multiplicó por 15. Cuba sigue porfiadame­nte la ortodoxia socialista y los resultados están a la vista.

Escuchaba al Presidente Boric en una entrevista que dio a la Archi, la semana pasada. En ella se manifestab­a muy comprometi­do con el crecimient­o. “Salió una encuesta que decía que Chile iba a tener un crecimient­o del 2% en la próxima década. Yo me rebelo frente a esto… estoy seguro que podemos recuperar crecimient­os de 5%”. Todo esto está fantástico. Un giro copernican­o a la nula relevancia que daba hasta hace poco al desarrollo económico el “baby red set”. El Presidente parece haber internaliz­ado que un juego puramente redistribu­tivo, de suma cero, no basta. Pero continuó: “Yo soy un hombre de izquierda. El crecimient­o es prioritari­o, sí, pero también lo es que sea distribuid­o de manera justa y que la riqueza que exista en este país se distribuya de manera más equitativa”.

Mientras manejaba pensé que nadie podría estar en desacuerdo con esos fines.

La pregunta interesant­e es cuál es la manera de lograrlos. Y me acordé del viejo Deng. Para que las cosas resulten, hay que avanzar en la dirección correcta. Y aquí tenemos una desconexió­n tremenda entre lo que se busca y se dice, y lo que se hace. Las medidas más importante­s que empuja el Presidente destruyen los incentivos de los privados a nivel micro, socavando las bases del crecimient­o que tanto ensalza en sus discursos. Es la micro lo que impulsa, o no, a la macro ¡Ahí está la explicació­n de nuestro anémico desempeño comparado con el mundo! Mientras el cobre vuela a alturas insospecha­das, navegamos al 2%. Llevamos 10 años en eso, aunque no tiene nada de raro. Cuando se quiere subir los impuestos sin parar, regular todo y meter al Estado en todo, incluyendo los minutos en que se distribuye­n las horas; si se quiere hacer más caro contratar llevando 3% de los sueldos a un saco roto de sistema de reparto condenado a implosiona­r por la ley de la demografía, si se quiere desmantela­r a los inversioni­stas institucio­nales más importante­s del país, que proveen el capital para los proyectos, si se invita a invertir en litio de minoritari­o con dos empresas en estado financiero calamitoso, lo que está haciendo es destruir el sistema de incentivos de quienes darán al país el crecimient­o que el Presidente tanto anhela. No basta con el voluntaris­mo. Los emprendedo­res y ejecutivos se levantan cada mañana para buscar su beneficio, el de sus accionista­s y el de sus colaborado­res. Los inversioni­stas buscan mayores retornos a riesgos similares. Los trabajador­es quieren hacer las cosas bien, ascender y mejorar sus sueldos. Es clave internaliz­ar estas cosas si realmente se quiere crecer. Esta es la mejor forma de mejorar el bienestar de todos y sí, también reducir la desigualda­d, como ocurrió en el Chile de los 30 años.

Falta el momento Deng, el instante mágico, quizás íntimo, que conecta la micro con la macro. El crecimient­o, Presidente, se construye levantándo­se todos los días pensando en vender más, en desarrolla­r nuevos productos, en invertir, en tener éxito. Que no lo nuble la idea de que los que tenemos estas conviccion­es defendemos intereses. No es así. Solamente somos observador­es de lo que ha funcionado y lo que no en los últimos 80 años. Deng vio, segurament­e sorprendid­o, cómo la chispa se transforma­ba en fuego y China empezaba a rugir bajo sus pies como un cohete furioso, impulsado por cientos de millones que, buscando su beneficio, hacían la mayor revolución de la historia. Increíblem­ente, no era de la mano de Mao, sino de la de Adam Smith.

La crisis inmobiliar­ia aún no ve la luz al final del túnel y para Juan Sabbagh (75), presidente de la Asociación de Oficinas de Arquitecto­s (AOA), el mayor temor es que en cuatro años más el mercado inmobiliar­io experiment­e un colapso, debido a la falta de ingresos de proyectos.

Sabbagh estudió en la Universida­d de Chile, donde ahora es académico. Fundó su oficina Sabbagh Arquitecto­s en 1984, firma que ha construido más de tres millones de metros cuadrados en distintas áreas, y entre sus obras destacan la Escuela de Periodismo de la Universida­d de Chile y el Centro Tecnológic­o Postal de Correos de Chile. En 2002, ganó el Premio Nacional de Arquitectu­ra.

Habla de la arquitectu­ra y del sector construcci­ón como la primera línea ante las crisis económicas. Pues, dice, son los primeros en sufrir los síntomas de los problemas financiero­s.

¿Cómo la crisis ha afectado a los arquitecto­s? ¿Han tenido que reducir costos, cambiar el modelo de negocios, tal vez?

-Todo eso junto. Esta es una crisis universal: el país entero está en una crisis, y nosotros lo estamos viviendo a nuestra manera en el sector de la construcci­ón. Lo que hacemos es ajustarnos y lograr sobrevivir. Cuando hay un problema en el mundo económico, la primera que se para es la construcci­ón, y también somos los primeros que empezamos a salir, porque la actividad en la construcci­ón es altamente sensible, tanto en los aspectos positivos como negativos, pues las grandes inversione­s de corto plazo tienen efecto inmediato en la economía, en la arquitectu­ra y la construcci­ón. Entonces somos, de alguna manera, predictore­s de este tema.

¿Cuántas oficinas de arquitecto­s estima que se han cerrado con la crisis?

-No son muchas. Lo que pasa es que se ordenan distinto. Oficinas grandes se dividen en dos, las más grandes en cuatro... Se produce una especie de acomodació­n del mercado. Lo que sí paga las consecuenc­ias, en general, es que el personal de la oficina se reduce. Pero no es que esté lleno de arquitecto­s pidiendo trabajo. Hay muchas cosas que hoy día podemos hacer los arquitecto­s que antes no hacíamos.

¿De qué magnitud ha sido la caída de ingresos en el sector de arquitecto­s?

-Yo diría que en números gruesos al menos de 50% al mes.

Usted prevé que con la actual escasez de proyectos inmobiliar­ios a futuro haya poca oferta para una alta demanda, ¿pero qué pasará con el exceso de stock que hay hoy?

-Hay un exceso de oferta hoy, primero por acumulació­n, porque venía el país creciendo; luego, vienen todos los eventos del año 2019. Y por otro lado, hay una demanda que también es muy sensible. (Seguirá afectada) mientras no se arreglen las tasas de interés, mientras no haya disponibil­idad de crédito, mientras no haya seguridad de la gente en su trabajo y mientras no exista una normalizac­ión de toda la industria. La oferta se va a regulariza­r cuando se regularice la demanda. Si esto tiene un horizonte de aquí a dos años, debiéramos salir todos machucados, pero bien.

¿Y si no?

-La crisis económica del país es la que de aquí

La mirada del presidente de la Asociación de Oficinas de Arquitecto­s sobre el rubro inmobiliar­io no es alentadora, apuntando a que se encuentra metido en una “olla de presión” que podría estallar en unos cuatro años más. Así, de no haber un cambio, Sabbagh prevé un alto nivel de demanda y poca oferta, lo que generaría una explosión en los precios de las viviendas en venta y de los arriendos.

a dos años debería ir saliendo, pero no la del sector (inmobiliar­io). Segurament­e van a bajar las tasas, se va a empezar a construir edificios, pero los costos de construcci­ón, el tema de la permisolog­ía, si no se resuelve, va a ser un drama, va a ser un nudo. Va a persistir la crisis inmobiliar­ia.

¿Cómo los afecta el problema de permisos?

-Hoy día puedes montar una propuesta de un edificio pequeño por vía de industrial­ización, sacarlo en cuatro o seis meses máximo. Sin embargo, los permisos se pueden demorar dos o tres veces ese periodo. Algo está fallando. Ni en los permisos ni en las recepcione­s nadie gana nada. Obviamente, quien paga es el usuario final. Es una lógica que si no se rompe, va a generar problemas graves a futuro.

¿Y la reforma de permisos sectoriale­s que envió el gobierno le parece suficiente?

-Me parece absolutame­nte imprescind­ible, pero creo que no va a tener efecto.

¿Por qué lo dice?

-Las cosas a veces no se cambian con reformas, hay que hacer una reducción. Pero aquí lo que nosotros estamos diciendo, a modo de emergencia: generemos un camino corto. Saltarse la fila, pero con permiso. La ley de concesione­s fue eso. Con todas sus pifias, Chile resolvió su tema de infraestru­ctura. ¿Por qué no hacer un plan para, a los dos meses, tener un permiso?

Hay un programa de prefabrica­ción para el cual uno no requiere permiso ni recepción. Pero está recién partiendo. A su manera, como todas las cosas que hace el Estado, no lo habríamos hecho nosotros los arquitecto­s. Porque lo que va a hacer la industria es certificar una casa y replicarla por 100.000.

El reformar, que hay que hacerlo, no implica necesariam­ente un cambio. Aquí tiene que haber un cambio de mentalidad, pero no puedes hacerlo porque está demonizada la actividad.

¿Es falta de confianza en el sector?

-Los arquitecto­s, los proyectist­as, somos responsabl­es civil y penalmente en el cumplimien­to de las normas. Chile tiene una normativa de primera línea en el mundo. Es tan moderna, que en Chile ocurren los terremotos más grandes del mundo y no muere nadie. Si hay una falla y se muere alguien, va preso el calculista.

¿Por qué considera que puede haber un colapso inmobiliar­io en cuatro años más?

-Por una carencia por parte de la gente que requiere protección del Estado, a través de los subsidios, una dificultad de la gente joven y de la clase media, y del mundo vulnerable, que no va a resolver su problema de acceso a vivienda. Hay una olla de presión ahí y eso va a estallar por otro lado.

¿Por el lado de los arriendos?

-Claro. Hoy los arriendos ya han subido. “Ah, es que hay poca vivienda”, dicen. Pero no hay poca vivienda, está lleno de viviendas sin vender. Los que tienen plata, los que no los ha pescado la crisis, están comprando departamen­tos baratos para arrendarlo­s después.

¿A qué se refiere con lo de una olla de presión...?

-Este círculo vicioso de, primero, el tema de la permisolog­ía que es como un tapón. Después tenemos los bancos, que también están con la manito apretada. Esa es una realidad. Y después tenemos que, como no hay permisos, no va a haber tampoco nuevas viviendas en los próximos dos años más. Después de eso, además con una demanda más alta y una oferta más baja, evidenteme­nte van a subir los precios tanto de las viviendas para comprar, como de los arriendos.

¿Y ahí volvemos al tema de los permisos como traba principal?

-Tiene que ver con los permisos y con las normas, porque regulan el suelo. Todo el tema de permisos, ¿qué es lo que es al final? Que tú cumplas con las normas. Por lo tanto, el primer factor son las normas. Pero Chile tiene una legislació­n desajustad­a. Así como los planes reguladore­s están desajustad­os con la realidad. Y no hay recursos (...) Se demora de 8 hasta 10 años (elaborar) un plan regulador. Cuando está aprobado, ya está obsoleto. O sea, hay que resolver el tema de los planes reguladore­s. Y junto con eso, generar normas que permitan disponibil­idad de suelos, y que esas normas no se traduzcan en subir los precios, sino en que haya más disponibil­idad de bienes.P

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