Las presas que transformaron un sector del penal para ver a sus hijos
Son convictas de la Unidad 46 de San Martín. Armaron un proyecto para instalar un espacio recreativo y murales con personajes infantiles.
¿Qué sucede con los hijos de las mujeres que viven en una penitenciaría cuando es el momento de visitarlas? ¿Cómo lograr que sientan el reencuentro de la manera más cálida posible en un entorno que no está adaptado para ellos? ¿Cómo se puede construir la intimidad de las familias en un espacio cercado? Esas cuestiones fueron exploradas por la Asociación Ingeniería Sin Fronteras Argentina (ISF-Ar), el Servicio Penitenciario Bonaerense, la municipalidad de San Martín, el Centro Universitario San Martín (CUSAM) de la Universidad de San Martín (UNSAM) y las mismas mujeres de la Unidad 46 del Penal de San Martín.
Allí viven alrededor de 90 mujeres, la mayoría de entre 20 y 40 años. Se calcula que alrededor de 200 niñas y niños visitan a sus abuelas, madres y tías, quienes residen allí. Estas no pueden acompañar a sus seres queridos en sus procesos de crecimiento, por lo que el tiempo que conforma los encuentros es el único en el que pueden verse. Estos ocurren solo 2 veces al mes durante solo 2 horas de cualquier día de semana. Sin embargo, esto no sucedía hasta ahora en un entorno adaptado para las familias.
“El espacio era bastante triste; ladrillos sin revocar, un patio
completamente de cemento, alambres y serpentinas presentes en todos lados”, cuenta Dolores Molina, vicepresidenta y asesora de arquitectura en Ingeniería Sin Fronteras Argentina. Fue así que el CUSAM convocó a fines del 2019 a esta organización para comenzar a transformar el espacio. “La motivación de Ingeniería sin Fronteras es buscar proyectos que desde la infraestructura o desde la tecnología puedan tener una transformación social fuerte en diferentes colectivos”, declara Natalia Zlachevsky, co-fundadora y coordinadora general de ISF-Ar.
Pero el proceso no es indivi
dual; es colectivo: “A veces nuestro rol desde Ingeniería sin Fronteras es cómo articular esfuerzos entre distintos actores y hacer que sea posible algo que parece imposible”, aclara Zlachevsky. Así, llevan a cabo la metodología del co-diseño, en el cual hubo un intercambio mutuo entre los arquitectos y las mujeres del espacio para llegar a una decisión final. “Trabajamos dos veces por semana con las chicas, con un equipo de arquitectos, de trabajadores sociales y del equipo técnico de antropología”, relata Molina.
En total tardaron cuatro años, por lo que las mujeres no fueron siempre las mismas involucra
das; algunas fueron consiguiendo la libertad. Así, el proyecto contó con otra particularidad: “Lo que más querían ellas era no ver el resultado final. Se comprometían con el proyecto pensando en los hijos de otras mujeres”, cuenta Zlachevsky.
Durante el desarrollo de la obra hubo un equipo de profesionales que formó a las mujeres en la preparación de paredes, pintura y muralismo. Ellas mismas colaboraron en derribar viejas paredes para construir el mural. Y si bien el diseño de este último fue idea original de los artistas del proyecto, ellas aportaron también lo suyo, al agregar a un niño en el abrazo original entre una mujer y una niña, enfatizando así la idea de familia. “Es todo muy simbólico y bastante poético en algún punto. Son obras que tienen una carga de sentido muy grande”, dice Zlachevsky,
Se podría haber hecho una plaza común con toboganes y subibajas, pero debido al tamaño del espacio y a la necesidad de los niños en su breve visita, se optó por un diseño diferente. Así, se conformó un camino por el cual las familias
La Asociación Ingeniería sin Fronteras fue clave para el proyecto.
Ahora proyectan hacer una obra similar en el SUM cerrado para el invierno.
pueden circular y charlar, rodeados de plantas nativas, de arte y de juegos de usos colectivos.
Estos fueron pensados de esa forma para que las familiares puedan interactuar entre sí mediante lo lúdico. De esta forma, se diseñaron un tubo mensajero, un animalario, espejos locos, un tate-ti de pared, caños para emboque de pelotas y aparte del mural central, otro en el pasillo de ingreso con personajes infantiles escondidos para que los niños y niñas descubran cuando llegan a la visita.
La primera etapa de la obra concluyó en marzo. En estos momentos se está diseñando la segunda, que consiste en la transformación del SUM. Aparte de las lluvias, se avecina el invierno, por lo que el espacio de reencuentro pasa de ser del exterior al interior. “La idea es que quede un espacio agradable y de bienestar. Lo que nos piden es que quieran estar y quieran volver. Antes muchos se iban llorando, ahora no”, afirma Zlachevsky.
Y en efecto lo logrado hasta ahora ya fue confirmado por muchas de quienes viven allí. “Ahora yo siento que no están entrando a una cárcel, sino a un parque. Que vengan mis hijos, por ejemplo, o los hijos de cualquiera de las chicas, es ya muchas sonrisas y ganas de que quieran volver”, cierra una de las mujeres del Penal 46 de San Martín.