Clarín - Zonal Norte

Las presas que transforma­ron un sector del penal para ver a sus hijos

Son convictas de la Unidad 46 de San Martín. Armaron un proyecto para instalar un espacio recreativo y murales con personajes infantiles.

- Alex Leibovich adleibovic­h@clarin.com

¿Qué sucede con los hijos de las mujeres que viven en una penitencia­ría cuando es el momento de visitarlas? ¿Cómo lograr que sientan el reencuentr­o de la manera más cálida posible en un entorno que no está adaptado para ellos? ¿Cómo se puede construir la intimidad de las familias en un espacio cercado? Esas cuestiones fueron exploradas por la Asociación Ingeniería Sin Fronteras Argentina (ISF-Ar), el Servicio Penitencia­rio Bonaerense, la municipali­dad de San Martín, el Centro Universita­rio San Martín (CUSAM) de la Universida­d de San Martín (UNSAM) y las mismas mujeres de la Unidad 46 del Penal de San Martín.

Allí viven alrededor de 90 mujeres, la mayoría de entre 20 y 40 años. Se calcula que alrededor de 200 niñas y niños visitan a sus abuelas, madres y tías, quienes residen allí. Estas no pueden acompañar a sus seres queridos en sus procesos de crecimient­o, por lo que el tiempo que conforma los encuentros es el único en el que pueden verse. Estos ocurren solo 2 veces al mes durante solo 2 horas de cualquier día de semana. Sin embargo, esto no sucedía hasta ahora en un entorno adaptado para las familias.

“El espacio era bastante triste; ladrillos sin revocar, un patio

completame­nte de cemento, alambres y serpentina­s presentes en todos lados”, cuenta Dolores Molina, vicepresid­enta y asesora de arquitectu­ra en Ingeniería Sin Fronteras Argentina. Fue así que el CUSAM convocó a fines del 2019 a esta organizaci­ón para comenzar a transforma­r el espacio. “La motivación de Ingeniería sin Fronteras es buscar proyectos que desde la infraestru­ctura o desde la tecnología puedan tener una transforma­ción social fuerte en diferentes colectivos”, declara Natalia Zlachevsky, co-fundadora y coordinado­ra general de ISF-Ar.

Pero el proceso no es indivi

dual; es colectivo: “A veces nuestro rol desde Ingeniería sin Fronteras es cómo articular esfuerzos entre distintos actores y hacer que sea posible algo que parece imposible”, aclara Zlachevsky. Así, llevan a cabo la metodologí­a del co-diseño, en el cual hubo un intercambi­o mutuo entre los arquitecto­s y las mujeres del espacio para llegar a una decisión final. “Trabajamos dos veces por semana con las chicas, con un equipo de arquitecto­s, de trabajador­es sociales y del equipo técnico de antropolog­ía”, relata Molina.

En total tardaron cuatro años, por lo que las mujeres no fueron siempre las mismas involucra

das; algunas fueron consiguien­do la libertad. Así, el proyecto contó con otra particular­idad: “Lo que más querían ellas era no ver el resultado final. Se comprometí­an con el proyecto pensando en los hijos de otras mujeres”, cuenta Zlachevsky.

Durante el desarrollo de la obra hubo un equipo de profesiona­les que formó a las mujeres en la preparació­n de paredes, pintura y muralismo. Ellas mismas colaboraro­n en derribar viejas paredes para construir el mural. Y si bien el diseño de este último fue idea original de los artistas del proyecto, ellas aportaron también lo suyo, al agregar a un niño en el abrazo original entre una mujer y una niña, enfatizand­o así la idea de familia. “Es todo muy simbólico y bastante poético en algún punto. Son obras que tienen una carga de sentido muy grande”, dice Zlachevsky,

Se podría haber hecho una plaza común con toboganes y subibajas, pero debido al tamaño del espacio y a la necesidad de los niños en su breve visita, se optó por un diseño diferente. Así, se conformó un camino por el cual las familias

La Asociación Ingeniería sin Fronteras fue clave para el proyecto.

Ahora proyectan hacer una obra similar en el SUM cerrado para el invierno.

pueden circular y charlar, rodeados de plantas nativas, de arte y de juegos de usos colectivos.

Estos fueron pensados de esa forma para que las familiares puedan interactua­r entre sí mediante lo lúdico. De esta forma, se diseñaron un tubo mensajero, un animalario, espejos locos, un tate-ti de pared, caños para emboque de pelotas y aparte del mural central, otro en el pasillo de ingreso con personajes infantiles escondidos para que los niños y niñas descubran cuando llegan a la visita.

La primera etapa de la obra concluyó en marzo. En estos momentos se está diseñando la segunda, que consiste en la transforma­ción del SUM. Aparte de las lluvias, se avecina el invierno, por lo que el espacio de reencuentr­o pasa de ser del exterior al interior. “La idea es que quede un espacio agradable y de bienestar. Lo que nos piden es que quieran estar y quieran volver. Antes muchos se iban llorando, ahora no”, afirma Zlachevsky.

Y en efecto lo logrado hasta ahora ya fue confirmado por muchas de quienes viven allí. “Ahora yo siento que no están entrando a una cárcel, sino a un parque. Que vengan mis hijos, por ejemplo, o los hijos de cualquiera de las chicas, es ya muchas sonrisas y ganas de que quieran volver”, cierra una de las mujeres del Penal 46 de San Martín.

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Etapa final. Mujeres detenidas en el penal de José León Suárez se unieron para mejorar el edificio.

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