“¿Mi cine?: una invitación a ser centinelas contra la violencia”
“Siempre quise venir a Buenos Aires”, cuenta Paola a PERFIL en una entrevista durante su breve estadía, mientras recuerda con cariño a la que hace muchos años fue su maestra de actuación, Beatrice Bracco, es decir, la porteña Beatriz Nélida Bracco. “En Italia Beatrice fue una maestra muy querida. Estudié tres años con ella. Enseñaba el método de Strasberg y el de Stanislavski. Nunca perdió su acento de Buenos Aires, hablaba así”, asegura mientras, en tan solo un instante, comienza a imitarla.
Fue precisamente el italiano “aporteñado” de Beatriz el que inspiró a una jovencísima Cortellesi la creación del personaje de su debut en la TV italiana, a finales de los años 90. Inicialmente el éxito de Paola fue el fruto de su habilidad satírica: sus caracterizaciones cómicas, hace más de 20 años, se fueron popularizando e incluso se convirtieron en expresiones idiomáticas. Poco a poco, se fue afirmando también como guionista y actriz de gran versatilidad hasta llegar a su ópera prima como directora precisamente con este filme.
—¿Paola, “C’e’ ancora domani” es una película sobre la violencia o sobre la salvación?
—Yo quisiera que mi película aliente a la gente a practicar la libertad, y practicar la libertad en cada pequeña cosa. Leí un comentario hermoso en Instagram, una chica que había visto mi filme y escribió lo siguiente: “Salí del cine con ganas de cambiar el mundo”. Esta era precisamente mi intención.
— Contás una historia épica, que generó conversaciones que nos debíamos desde hace años. ¿Cuando empezaste a escribir y rodar te esperabas el impacto que ibas a generar?
—Que digas “épico” me hace muy feliz, quizás sea mucho, pero es una buena manera de definirlo. Estaba convencida que esta historia había que contarla, y eso fue precisamente lo que hice, pero no me había dado cuenta de la enorme necesidad que tiene tanta gente en lidiar con estos temas: la verdad es que impactó más allá de lo esperado. A posteriori, veo que a nivel social estábamos realmente listos para hablar de estos temas a todo campo. Por otro lado, lo que si tenía claro desde el principio es que iba a ser una película para un público amplio. No fue fácil convencer a los demás: un filme en blanco y negro, colocada temporalmente en la Posguerra y con un tema dramático evoca de inmediato al género ‘películas de autor’. Los productores me apoyaron, pero la habían imaginado más ‘de nicho’ y arduo a colocar: por el contrario, yo le veía desde el principio los rasgos de comedia popular, la comedia trágica de la vida.
—En tu obra hay una violencia física, brutal, explícita y otra más sutil, normalizada y contemporánea. Un sinfín de “callate”, “no servís para nada”, “no entendés nada”. ¿A vos, Paola, quién te dijo “callate”?
—Por suerte, mi familia nunca me lo dijo. Y esto hace una gran diferencia. Pero sí, en el mundo del trabajo directa o indirectamente me pasó, y no pocas veces. No con la vehemencia brutal que muestro en la película, pero me dieron a entender de muchas maneras que valía menos y que no debía hablar. De hecho, mi primera película como guionista (Perdón por existir) nace exactamente de esta situación: en esa época yo era guionista de programas de humor, la única mujer en el grupo de creativos. Trabajamos en sub-equipos, y en el mío, estábamos dos muchachos y yo: cuando nos reuníamos todos juntos en la mesa grande de trabajo y yo hacía una propuesta, los demás, en lugar de contestarme a mí, miraban a mis dos compañeros, conversaban de mi propuesta con ellos me dejaban ahí, como “pintada”. Esto pasa, así como pasa que nos paguen menos. Cuando era más joven, en los primeros contratos, solía escuchar consejos tipo “aceptalo, para una mujer no está tan mal esta oferta”, para una mujer, claro. Y no era con mala intención, por lo menos, no creo. Era la regla no dicha.
Esto es más sutil que la violencia física, explícita, que por supuesto es terrible, pero a la vez permite tomar distancia, combatirla. Hay un mundo de violencias que ni siquiera se ve, humillaciones mínimas, gestos, palabras. Los demás las naturalizan, te dicen “pero vamos, ¿qué pasa?”. Y lo peor es que lo dicen sin malicia, realmente no las ven. Nosotras, en
cambio, tenemos antenas, nos damos cuenta, estas frases y actitudes nos hieren, pero más allá de la sensibilidad, el hecho es que nos desfavorecen. No son sensaciones, son realidades, con todas sus consecuencias.
—Decidiste representar la violencia física de Ivano, el marido de Delia, con una danza “macabra”. ¿Por qué esta elección?
—Con este baile quise representar un ritual que se lleva a cabo cíclicamente. Es lo que ha estado ocurriendo durante años en esa pequeña familia. Quería contar en una única escena, toda la vida de la pareja en esta “danza” trágica, de a dos: él que la golpea y ella que lo acepta, y que se somete cuando llega ese momento. Los moretones vienen, luego desaparecen, luego regresan, luego desaparecen y se vuelve a empezar como si nada hubiera pasado.
No se trata de cuán fuerte es el golpe o cuán profunda la herida. Eso habría sido voyeurismo y habría distraído. Yo quería en cambio, enfocar la gravedad de lo que está ocurriendo y no entrar en los detalles macabros.
—El tema de la película es dramático y al mismo tiempo solemne, pero sin embargo lograste “filtrar” todo con una suerte de humorismo.
—El humor es un medio, te lleva, te lleva Sin este humor, frente a un tema así, tan brutal, te escaparías. Por otro lado, yo sé escribir y comunicar de esta manera. Es así como logro hablar de las cuestiones más duras, y esto no significa quitarle potencia. Por el contrario, es una forma para que el mensaje llegue más fuerte y a más gente. Sonreír en algunos momentos te presenta al tema también con una mayor verdad: veo la verdad llena de matices, no tiene un solo color, ni un solo estilo o un solo un registro. Esto es muy claro en la “commedia all’italiana”, por ejemplo con Ettore Scola, quien con su cinismo humorístico logró contar acontecimientos de una extrema gravedad y aun así nos da ganas de seguir hasta el final. Por otro lado, las historias que relato en el filme provienen de historias reales de abuelas, tías, bisabuelas En Roma se habla así, hay esta forma de ser irreverente con la vida. Con
la distancia del tiempo, lo trágico se hace gracioso, es una manera de sobrevivir más que una manera de contar. —¿Y los hombres?
—¡Esta no es una película contra los hombres, en absoluto! Hay cuestiones narrativas que no permiten medias tintas: Ivano, el marido de la protagonista, es una suerte de verdugo, es insoportable sin matices, y su padre lo mismo. La raíz de todo siempre es la educación. Pero los demás hombres son figuras positivas: Peppe, el esposo de Marisa, es un marido maravilloso, con quien ella puede bromear libremente. Una pareja que se ama. Nino es a su vez, un hombre dulce y bueno. Incluso el “soldado americano” es un buen chico que lo da todo. Esta es una película llena de buenas personas, llena de buenos hombres. No quería, de hecho, que fuera percibida como un filme contra los hombres. Es más bien, una invitación a caminar de la mano, e incluso a ser centinelas porque la violencia se supera todos juntos. Hay algo importante, el 45% del público que fue a ver la película es masculino: creo que éste es un dato hermoso.
—¿Qué le dirías a tu abuela, a tu bisabuela, que te inspiraron para hacer esta película?
—Mi abuela es una mujer que nunca supo lo grande que fue. ¡Qué gran mujer era! Fue siempre devota y obediente, en su caso con un buen esposo, porque mi abuelo era una persona maravillosa. Pero ella siempre se vio a sí misma en un papel subalterno. Las mujeres eran educadas a la obediencia total, no a reflexionar sobre su condición. Cuando le pedíamos un consejo siempre nos decía cosas fundamentales, que nos daban vuelta la vida, lindísimas. Sin embargo, al final cerraba su charla con la siguiente frase: “Pero bueno, ¿qué puedo entender yo?”. Tenía esa frase, esta forma de ningunearse. Entonces, lo que yo le diría eso, lo grande que fue, además de gracias. Ella ya no está, pero afortunadamente tuve la oportunidad de hacerlo.