Reconciliación y perdón
Claudia Hilb es una de las mayores especialistas argentinas sobre estudios del pasado reciente y el impacto que la dictadura generó en la sociedad. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y por la Universidad de París III, Hilb se pregunta cómo se establecen los parámetros de la “reconciliación” en un país que ha sufrido una feroz dictadura y desde dónde se erigen los cimientos que permiten lograr un “nuevo comienzo”.
Es importante reparar en Hilb pocos días después de que Javier Milei llamara a abrir una etapa de “reconciliación con las Fuerzas Armadas”. El Presidente hizo esa mención durante el homenaje por el 42º aniversario de la Guerra de Malvinas, al sostener que el “inclaudicable reclamo de soberanía” sobre las islas debe fundarse en la inserción de Argentina como un “protagonista del comercio internacional”, para lo que es necesario liberalizar aún más la economía; y el mayor protagonismo de militares que garanticen esa soberanía, para lo que es fundamental “poner fin a la etapa de humillación de las Fuerzas Armadas”.
La nueva etapa que propone Milei, hay que decirlo, no tiene nada de novedoso. El llamado a la “reconciliación nacional” es una constante que se repite en el discurso castrense desde el “Documento final de la Junta Militar sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo”, dado a conocer por la Junta en 1983, hasta los reiterados pronunciamientos de representantes del sector civil que propugnan una revisión de la llamada “lucha contra la subversión” y alimentan la teoría de la “memoria completa”. Pero lo particular en el discurso mileísta es la propuesta de otorgarles a los uniformados una pátina de protagonismo sin que se discuta su rol durante la dictadura. Olvido y perdón.
Otra vez es necesario volver a Hilb. En ¿Cómo fundar una comunidad después del crimen? de los juicos a represores desde 2004. En Sudáfrica, en cambio, se optó por la “verdad”, más precisamente por una amnistía asentada en la exposición de la verdad, y no es casual que en 1995 fuera creada la Comisión de Verdad y Reconciliación.
Mientras en Argentina, como se vio en el Juicio a las Juntas y en todos los juicios posteriores, no hubo (salvo escasísimas excepciones) voces que desde el campo de los represores contribuyeran al esclarecimiento de lo sucedido, en Sudáfrica fueron los propios perpetradores del apartheid los que colaboraron para que la verdad se conociera, porque era condición necesaria para que lograran su amnistía. Es cierto que en el primer caso hubo justicia y en el segundo caso hubo impunidad, pero mientras en Sudáfrica no hay secretos sobre el horror sufrido, en Argentina aún hoy perdura el silencio sobre, por caso, el destino de miles de desaparecidos.
“Una apropiación en términos políticos de estas nociones solo parece ser posible a partir de la institución de una escena compartida entre quienes pueden eventualmente perdonar y quienes pueden arrepentirse; pero la existencia misma de esa escena compartida, su institución, supone, de una manera u otra, un interés en común –sostuvo Hilb–. He tratado de sugerir que ese interés se halla presente en el dispositivo de Verdad y Reconciliación en Sudáfrica, y está por su parte ausente en el dispositivo de la Justicia en la Argentina”.
La reconciliación necesita del perdón. Y para que haya perdón tiene que haber verdad. Por lo tanto, no es posible hallar reconciliación sin perdón y sin verdad.
*Politólogo. Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.