Paralizados por Milei: el fin del sentido crítico
ministerios y secretarías en los que no encuentran interlocutores debido a la falta de cientos de cargos por cubrir.
El consenso económico está aturdido. No deja de celebrar el objetivo presidencial de déficit cero, pero sus economistas nunca imaginaron que sería a costa de un ajuste fiscal y social tan duro que incomodaría hasta al FMI.
Los profesionales que habían trabajado con los candidatos de JXC optan por guardar silencio. Mientras el resto de sus colegas elige celebrar la orientación económica sin detenerse demasiado en las críticas, que sí hacen en privado, por temor a que el Presidente responda a la mínima objeción como lo acaba de hacer con su exaliado Ricardo López Murphy, al que trató de “basura” y “traidor”.
Los periodistas también sienten miedo. Porque están los convencidos de que la Argentina por fin tiene un mandatario que la sacará del pozo, pero también están los que sospechan que ocurrirá lo contrario.
Sin embargo, hay un denominador común que cruza a casi todos: cuidar muy bien lo que se va a decir de Milei y su gobierno. Lo que no está mal si no fuera porque, a continuación, lo que se dice suele ser especialmente contemplativo con el oficialismo o no incluye la opinión de los que piensan muy distinto o informaciones que lo cuestionen.
Es la contemplación de no denunciar con la misma vara que se aplicaba al kirchnerismo los continuos agravios presidenciales hacia los periodistas; naturalizar sus insultos y escraches hacia políticos, empresarios, artistas, sindicalistas, intelectuales o cualquiera que lo critique; aceptar que el Presidente solo les otorgue el derecho a preguntar a los periodistas que él tolera (cuando esa discriminación la ejercían los Kirchner, la consigna colectiva era “¡Queremos preguntar!”) o silenciar el reclamo de colegas que denuncian haber sido conminados por sus medios para no hacerle repreguntas incómodas.
Entre las repreguntas “incómodas” que no se le hacen están todas las referidas a sus derivas esotéricas.
Por ejemplo, esta semana volvió a responder sobre su perro Conan como si aún es
Hay muy pocos monstruos que justifiquen los miedos que les tenemos...
... y ninguno que hoy justifique este anestesiamiento masivo de nuestro sentido crítico
tuviera vivo, sin que se le pueda repreguntar: “¿Cuántos años tiene Conan?, ¿no falleció en 2017?, ¿por qué la empresa que lo clonó confirmó su muerte?”. O repreguntarle cuando se queja de que lo critican por amar a sus mastines: “Nadie lo critica por eso, lo que sí dicen amigos suyos y periodistas que lo investigaron es que usted se comunica con Conan desde el más allá y que sus perros clonados le dan consejos económicos y políticos, ¿es así?”. O volver sobre sus dichos de que su hermana Karina es la reencarnación de Moisés y él, la de su hermano Aarón: “¿Es cierto que cree que ambos recibieron misiones específicas de Dios y que usted vio tres veces la resurrección de Cristo?”.
Preguntar, querer entender, incluso puede ser el camino para apoyar lo que sin repreguntar no se entiende. Lo raro es el desinterés por terminar de comprender en profundidad a un hombre convencido de poseer poderes extrasensoriales, adicionales a los poderes que ya le confiere la Constitución y a los que él reclamaba en la ley ómnibus.
Quizá se trate del mismo terror que paraliza a tantos. El miedo a volver a un pasado que se cree infinitamente peor, el miedo a que el poder nos apriete, el miedo a perder una empresa o un trabajo, el miedo a que las críticas horaden a una administración con la que se tiene coincidencias o el miedo que siempre provoca ir en contra de la corriente.
El miedo sirve para advertir de un peligro, pero el miedo patológico, el terror que paraliza, puede ser más peligroso que el propio peligro.
André Gide fue un Nobel de Literatura que vivió en las colonias europeas en África y denunció sus condiciones de esclavitud. Lo mismo hizo en la Unión Soviética, con el agravante de ser considerado un “traidor” por su condición de comunista. También fue perseguido cuando, a principios del siglo XX, defendía la libertad de elección sexual de las personas.
Motivos para temer nunca le faltaron, pero ninguno llegó a paralizarlo: “Hay muy pocos monstruos que justifiquen los miedos que les tenemos”, decía.
Hoy a los argentinos nos rondan muchos fantasmas que nos causan razonables temores.
Ninguno que justifique este anestesiamiento masivo del sentido crítico.