Economía azul: Argentina y su inmenso potencial
La utilización de los recursos marinos de manera sustentable diversifica la matriz productiva y crea nuevas actividades. Según estimaciones, su impulso en el país permitiría generar más de 150.000 millones de dólares en los próximos 20 años.
El concepto de “economía azul” es nuevo. Comenzó a tomar impulso hace poco más de una década, puntualmente en la Conferencia de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas realizada en Río de Janeiro en junio de 2012. Si bien no existe uniformidad a la hora de definirla, muchos eligen la referencia desarrollada por el Banco Mundial, que la describe como “la utilización sostenible de los recursos naturales costeros y marinos en favor del crecimiento económico y la mejora de los medios de subsistencia”. Para otros, alineados al foco conservativo, esa interpretación es algo escasa. Más allá de su definición puntual, es importante abordar sus características y limitaciones desde un polo sustentable. Lilia Stubrin, especialista en innovación y desarrollo productivo e investigadora del CONICET, sostiene que la economía azul abarca tanto a aquellas actividades tradicionales (la pesca, el turismo oceánico o la actividad naval) como a un conjunto de ramas emergentes vinculadas a nuevos desarrollos y fuertemente ligadas a afrontar problemas de sostenibilidad (la acuicultura, la desalinización, la energía mareomotriz y la biotecnología azul). Informes internacionales estiman que esta economía representa entre el 3% y el 5% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial y que en algunos países, fundamentalmente asiáticos, alcanza al 8%. Por su parte, a nivel nacional, el Centro Interdisciplinario de Estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación estimó que, en las próximas dos décadas, la economía azul podría generar más de 157.000 millones de dólares en divisas y casi 170.000 puestos de trabajo, en un escenario conservador. A su vez, en una mirada intermedia, las divisas para el país superarían los 600.000 millones de dólares y los nuevos puestos de trabajo, serían más de medio millón. Potencial y Estado presente. El camino que tiene por delante el país es tan extenso como esperanzador. Lilia Stubrin lo pone de manifiesto: “Nuestro potencial es gigante, tanto en las actividades tradicionales como en las emergentes. En estas últimas, solo hemos avanzado en acuicultura y en biotecnología con cierto nivel de investigación y algunos desarrollos en funcionamiento. Es una oportunidad única porque, al ser una actividad nueva, todavía no hay grandes jugadores posicionados e instalados. Tenemos mar, tenemos capacidad científica, solo debemos articularlo con inversión, investigación y desarrollo”. Tamara Rubilar, doctora en Ciencias Biológicas y especialista en acuicultura, también sostiene que la economía azul está poco explorada en Argentina. “Hace algunos años, desde el sector científico, surgió el término ‘Pampa Azul’, que viene a hablar del potencial de nuestro océano (tal como lo tiene La Pampa productiva) para generar recursos hacia el país. Pero para avanzar en eso, se necesita un trabajo muy fuerte de todos los sectores”, asegura. Es decir, los mares tienen tanto para dar como el campo. Uno de los beneficios innegables de Argentina para desarrollar estas actividades es contar con más de 4.725 kilómetros de longitud de costa sobre territorio y más de 15.000 kilómetros, si se le suman las costas de la Antártida Argentina e islas australes: esto representa casi el doble de kilómetros cuadrados que los de la plataforma continental. Como suelen decir en el sector, la mirada debe estar puesta en los mares propios. Paradójicamente, todo este potencial tiene una barrera: el desconocimiento. “Conocer los recursos que hay en el Mar Argentino requiere de mucha actividad científica y, por ende, de una gran inversión. Tenemos un programa importantísimo que se llama Pampa Azul, que se fue conservando durante los distintos gobiernos casi como una política de Estado. Abarca tanto a la ciencia como a la tecnología y a la innovación. Tiene un rol fundamental para saber con qué recursos contamos y, posteriormente, generar nuevas actividades”, afirma Stubrin. Puerto Madryn pica en punta. Al noreste de la Patagonia argentina, con poco más
de 120.000 habitantes, se encuentra la ciudad costera de Puerto Madryn. Allí es donde Rubilar ideó y desarrolló su proyecto de biotecnología azul en base a las huevas de erizo de mar. “Surgió por una cuestión personal, a partir de tratar de mejorar la salud de mi hijo con sus alergias alimentarias. Estudiando, avanzamos en que las huevas que yo cultivaba podían mejorar la situación. Desde ahí, comenzamos a desarrollar tecnologías para salir de la idea de laboratorio y generar, efectivamente, una industria”, relata. Hoy, la empresa Promarine produce insumos naturales antioxidantes sustentables para consumo local, y el año pasado comenzó a exportar hacia los Estados Unidos. Cuenta con dos suplementos dietarios a base de huevas de erizos de mar lanzados al mercado: uno con aceite de trigo y coco (Omega 3) y otro con alga Chlorella (complejo vitamínico B). A su vez, se encuentran desarrollando un tercer producto pensado para las secuelas de quienes tuvieron Covid, con resultados muy positivos en las pruebas realizadas en distintos hospitales públicos. Pero Promarine no es el único proyecto con el ojo en el mar en Puerto Madryn, ciudad que apunta a transformarse en el polo de la bioeconomía azul en Argentina. Al menos otras dos iniciativas se están desarrollando en distintas fases: la primera avanza en transformar los desechos de la industria langostinera en alimentos funcionales para los seres humanos; la segunda trabaja sobre un alga invasora que llegó desde Japón e invadió las costas patagónicas. “Ambos casos salen de la ciencia y no solo serían economía azul, sino también circular, algo que el mundo necesita muchísimo”, sostiene Rubilar. Mentorías y proyectos colaborativos. Muchas veces, la génesis y la estructura de los proyectos a desarrollar están presentes de manera abstracta, pero su materialización y puesta en marcha se dificulta. Mayma Azul es un programa desarrollado por la ONG Mayma, que busca soluciones con el propósito de transformar la economía actual en una de características regenerativas, inclusivas y colaborativas. “Lo hacemos potenciando negocios de triple impacto en Argentina y en parte de Latinoamérica, siempre con la perspectiva de que las actividades que acompañamos regeneren y aporten. Hoy, hablar de sostenibilidad ya no es suficiente”, sostiene la bióloga y líder del proyecto, Ana Webb. La organización lleva más de 17 años fortaleciendo emprendedores y se centra en impulsar el negocio en comunidades colaborativas a través de asesorías, alianzas comerciales, proyectos educativos y facilitando el proceso de inversión. “Nuestro borde costero está muy por debajo de las posibilidades de exploración, porque lamentablemente Argentina vive de espaldas al mar. Lo tenemos en cuenta para ir a vacacionar, pero no como una oportunidad de generar negocios. Actualmente no seremos el país con la mejor acuicultura, claro está, pero sin dudas somos el que más potencial tiene”, agrega la referente. Durante el año pasado, Mayma Azul trabajó en programas con proyectos de fase primaria en las provincias de Chubut y Tierra del Fuego, y en la ciudad de Mar del Plata, entre otros. Actualmente, se encuentra en la etapa inicial de un programa que abarca a más de 180 familias misioneras que cultivan Pacú, Boga y Carpa con el objetivo de ordenar sus producciones, resignificar sus negocios y facilitar la comercialización. Siempre, claro está, con un foco en la cuestión de género y visibilizando el rol de la mujer.