Democracia plebiscitaria
Javier Milei obtuvo el año pasado un 29% de votos en las PASO y llegó al 30% en la primera vuelta electoral. Los 7,1 millones de sufragios de agosto crecieron a 7,8 millones en octubre. Esos casi 8 millones de votos son los que representan hoy la base dura e inquebrantable de La Libertad Avanza. Son su piso. Mientras que, en la segunda vuelta de noviembre, Milei sumó otro 6,7 millones de votantes, lo que le permitió propinarle una histórica y contundente derrota al peronismo unificado.
Pero ese aluvión libertario para el balotaje, que catapultó sorpresivamente a Milei hasta la presidencia, no representa un voto puro e incuestionable, sino que es un apoyo que puede ser muy volátil. Es un 26% de electores que en las primarias había preferido otras opciones y que respaldó al líder de LLA en la segunda vuelta por diversas razones, entre las que se cuenta, principalmente, la voluntad del cambio.
Pero son votos “prestados” que pueden cambiar de acuerdo a la coyuntura política y económica del país. Por lo que el 56% que el Gobierno logró en la elección presidencial es una foto que significa un techo para Milei. Un techo que ahora podría haberse modificado luego de las medidas de ajuste implementadas desde el 10 de diciembre.
Es cierto que la valoración de un candidato no se equipara en forma exacta con el resultado de una elección, pero no quedan dudas de que el contexto actual, que combina aumentos de alimentos, transporte, tarifas y servicios, con sueldos cada vez más atrasados, no conlleva el escenario ideal para que el oficialismo decida convocar una elección. Para comprobarlo alcanza con analizar las encuestas que en los últimos días vienen señalando una caída de imagen del Presidente.
Sin embargo, desde que la “ley Bases” del oficialismo naufragó en el Congreso, el Gobierno viene amenazando con llamar a un plebiscito. Lo hace proyectando aquel 56% mágico de noviembre. ¿Cómo se enfrentarían los cuatro años restantes, con un Milei que no sea convalidado en las urnas? ¿Cuál sería el panorama si la decisión de plantear una democracia plebiscitaria puede no ser favorable para el Gobierno?
Max Weber planteó la disyuntiva entre dos formas de democracia: la parlamentaria y la plebiscitaria. La primera tiene al Parlamento como órgano central y al parlamentarismo como sistema. La segunda, de contenido más emotivo y con el presidente como núcleo del sistema. Weber se refirió a la democracia plebiscitaria como una dominación carismática camuflada bajo la forma de una legitimidad derivada de la voluntad de los dominados, de la devoción y la confianza personal en su séquito político y el seguimiento de masas por su discurso demagógico y populista.
“Todas las herramientas constitucionales están siendo evaluadas”, dijo el vocero presidencial Manuel Adorni sobre la posibilidad de llamar a un plebiscito tras el paso en falso de la ley ómnibus. “Lo estamos evaluando. No vamos a permitir que frenen la Argentina del futuro”, insistió Adorni.
El término deriva del latín plebiscitum, compuesto de plebs (‘pueblo, plebe’) y scitum (de sciscere, ‘decidir, establecer’) y tiene su origen en la antigua Roma, asociado a la idea de “interrogar a los plebeyos”. El emblema de un sistema plebiscitario se constituyó en Francia luego de la revolución de 1789, cuando el plebiscito fue interpretado como una expresión de la soberanía popular. Hay dos antecedentes en Francia que son fundantes de la historia plebiscitaria. En 1802, cuando un plebiscito proclamó cónsul vitalicio a Napoleón Bonaparte. Y en 1969, cuando Charles de Gaulle renunció tras haber perdido un referéndum sobre la anexión de regiones. Derrotado, De Gaulle se retiró de la política.
Milei está pensando en otro escenario.