Perfil (Domingo)

El incendio sin vísperas

Las moradas

- MARIANO OROPEZA

Autor: Oscar Barney Finn Género: novela Editorial: Diótima, $ 6.000

La identidad se define en la memoria y el arraigo. En el recuerdo, ese eco del paraíso, y la morada, las raíces familiares de nuestros estados de alma. Y como el ángel de Walter Benjamin anhelan “la felicidad: el conflicto del éxtasis de la única vez, de lo nuevo, de lo aún no vivido –que– opone la dicha de lo que es otra vez, de lo recobrado, de lo ya vivido”. En este movimiento, gran plano secuencia gozoso y agradecido, discurren Las moradas de Oscar Barney Finn. Distintas espacios vitales que habitó Beatriz Guido, de Rosario a Buenos Aires, y que Barney Finn espió a la manera de los Torrecilla­s del cuento Los insomnes, de la escritora de La casa del ángel, “en el desvelo como la única posibilida­d de atisbar el alba”.

Para el debut literario del prestigios­o docente, director y dramaturgo, reciente ganador del ACE de Oro a una prolífica carrera de seis décadas, la memoria reconstruy­e una Buenos Aires que se hace cuento. Una donde la pareja más influyente de la cine nacional, el Pompeyano, Babsy, Leopoldo Torre Nilsson, y Beatrice, “la madre de todos”, combatían el “descenso político y el estrangula­miento cultural” de un país que empezaba a agrietarse, sin retorno. Los breves episodios, intercalad­os con inéditas fotos de Guido y fragmentos de las novelas de la autora que llegó a leer en un año más del 1% de la población, son fogonazos que iluminan la casa natal rosarina de la narradora, que definiría una ética cultural en su literatura y el modo de ver el mundo, al último capítulo español, ella brillante gestora pero con el deseo de “realmente de parar. Tenía que volver”. En la escritura visual de Finn se escenifica­n la vida de una mujer de avanzada, aunque hoy solapada en “mezquinos ninguneami­entos”, al decir de la prologuist­a poeta Ivonne Bordelois.

“Casi de madrugada Nilsson llevo su cámara junto al río y la emplazó para no verl o: apena s una h i ler a de á rboles que se perfilaban... Beatriz, atenta, seg uí a las indicacion­es que le daba a Lydia Lamaison y Alfredo Alcón has ta que Ecuménico y Natividad, de espaldas a c áma r a , caminaron en silencio y el hijo apoyó la mano prot e c tor a en su hombro. Fue toma y se da por hecha, pero Beatriz le comenta algo, y Babsy plantea una segunda igual pero con una variante: No apoyar la mano, caminar juntos, separados”, recuerda el entonces asistente Barney Finn de Un guapo del 900 (1960), y del corte que finalmente quedó para la inmortalid­ad. Y ríe junto a Beatriz de aquella “travesura” mientras recupera la imagen de la escritora en los rincones de las filmacione­s, hoteles y comedores, aguda, lúcida, atisbando, develando. Una compañera de ruta de estas intempesti­vas de Barney Finn, en el tiempo propio que habitan sus memorias junto a Beatriz Guido, sería Silvina Ocampo, quien resistía ante que, “Ya éramos los despojos/ del olvido del mundo paso a paso”.

Las moradas son el arraigo de una trayectori­a artística del autor que resiste al derrumbe, en el incendio sin vísperas.

Los breves episodios, intercalad­os con fotos de Guido y fragmentos de las novelas de quien llegó a leer en un año más del 1% de la población, son fogonazos que iluminan la casa natal rosarina de la narradora

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CEDOC PERFIL
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