Clarín

Invitados a mirar más lejos

- rgarzon@clarin.com Raquel Garzón

Vuelvo de Córdoba y quizá porque acabo de visitar a mi mamá (siempre una fiesta) y de comprobar que la ciudad en la que nací se parece a mis recuerdos tanto o tan poco como cada uno a sus fotos de infancia (todo está allí, pero falta la vida vivida que talla y sazona), la historia del objeto que me acompaña de regreso es puro abrigo sin melancolía.

Cuando murió mi abuela Coquita, cuenta quien pone en mi mano un pequeño largavista­s (cuerpo de bronce, piel de nácar), mi papá le pidió que tasara el ajuar de esa casona. Ella, anticuaria y amiga de la familia, no quiso cobrar por la tarea que estaba teñida del dolor de una partida. Mi padre tomó entonces de una vitrina una bolsita de terciopelo azul y se la dio en agradecimi­ento. “Ahora vuelve a vos”, me dice esta amiga en su casa de antigüedad­es, sabiendo de mi amor por las cosas con pasado. Ha custodiado ese pequeño tesoro y con el mismo aprecio lo deja ir ahora en un gesto que anuda lágrimas y lealtades.

El largavista­s me esperó diecisiete años con ganas de regresar al teatro. Él, que ha presenciad­o más obras que yo porque perteneció a mi bisabuela y a mi abuela, asiduas del Teatro Rivera Indarte (hoy, Libertador San Martín), se despereza y está listo para la próxima función, cuando cuadre. Por ahora, el chiche viaja en un bolsillo, bien arropado, y al acariciarl­o siento una emoción que atraviesa generacion­es como si recibiera con él la posta de algo que debe continuar encendido.

“Conocemos sólo al modo del relámpago”, escribió Walter Benjamin. Y también: colecciona­r “es la más terminante entre las formas profanas de la cercanía”. No es sólo la belleza de los binoculare­s lo que electriza y conmueve sino también el sentido del legado que transmiten, su nervio, el corazón de un rito: lo que llega a través del tiempo, de afecto en afecto, es un artefacto pensado para no quedarse en lo inmediato, para tratar de ver con mayor nitidez lo que está fuera del alcance inicial de la curiosidad. Es una invitación a mirar más lejos.

Casi puedo imaginar a mi abuela y su mamá en un palco e incluso antes, eligiendo vestidos -color y coquetería­para aquellas noches de música y de ópera, queriendo ver mejor qué sucede sobre el escenario, meterse en él, actuar quizá. La memoria es la eternidad más cierta que tenemos. Este relato convocará una y otra vez en el presente del cariño a todos los que nombra. ■

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