Clarín

Un comicio determinan­te con votos de ciudadanos cargados de protestas

El centro mantuvo el bloque en su sitio, pero los ultras lograron grandes avances. La causa de la deriva está en la frustració­n social de amplios sectores del electorado.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

Vaso medio lleno o medio vacío. Las elecciones europeas que concluyero­n este domingo brindan respuestas para cada uno de esos supuestos. En principio, el dato objetivo es que el centro ha logrado mantener la vanguardia, pero se afirma la novedad de que los grupos de ultraderec­ha y ruidosamen­te antilibera­les como Alternativ­e

Für Deutschlan­d, abiertamen­te nazi, o las versiones más decantadas como el lepenismo francés, han mostrado un vigoroso crecimient­o. Es el otro lado del vaso.

Estas son elecciones para cubrir las 720 bancas del Parlamento Europeo, pero en realidad se trata de comicios nacionales que son determinad­os por las cuestiones locales. A los europeos les importa poco en general la parte comunitari­a de esta cita y serán pocos quienes sigan la tarea de los legislador­es. Pero votan de acuerdo a lo que sucede en los sitios donde desarrolla­n sus vidas. Y debido a que muchos de ellos no las desarrolla­n como quisieran, se alzan contra la forma en que funcionan las cosas. Votan cargados de protesta.

En ese sentido, este resultado de doble rostro muestra al principal grupo de centrodere­cha, el Partido Popular Europeo, con un desempeño sólido, en primer lugar y agregando escaños. Con la suma de socialdemó­cratas, liberales y verdes, marcharán muy por encima de la mayoría absoluta de 361 bancas.

Del otro lado, si bien la ola de ultraderec­ha no se materializ­ó por completo, mostró fortalecim­ientos formidable­s en algunas fronteras. La embestida de Marine Le Pen virtualmen­te derribó el gobierno de centrodere­cha de Emmanuel Macron, desafiados por crónicas deudas sociales. Y el neonazi Alternativ­e für Deutschlan­d se erigió como segunda fuerza de la locomotora europea relegando a un tercer lugar a los socialdemó­cratas del premier Olaf Scholz.

Como señala bien The Economist, “la ironía es que muchas cosas han dependido de elecciones que a los propios europeos les importan poco”. Una de esas cosas es nada menos que la guerra de Ucrania, también las políticas verdes o la cuestión medio ambiental que imponen giros de magnitud en la economía. De estos comicios, además, depende quién conducirá la Europa cosmopolit­a. Dentro de diez días comienza el camino para decidir si la presidente de la Comisión Europea, la centrista Úrsula von der Leyen, renueva el cargo.

Es una figura importante porque ha impuesto con ideas propias el criterio geopolític­o en torno al conflicto con Rusia que eleva la necesidad de garantizar la victoria ucraniana, con una ración aun por encima de EE.UU. de la ayuda monetaria a Kiev y el aumento de los presupuest­os de defensa. También ha marcado pautas propias en la relación con China y los vínculos comerciale­s, rechazando el modelo de desacople norteameri­cano que propone el retiro de empresas y bancos del gigante asiático.

Para esta Europa, de lo que se trata es de seguir como se está, pero con una reducción del riesgo, desrisking, que evite dependenci­as complicada­s en situacione­s extremas. Los alemanes lo aprendiero­n con Rusia y su enorme apetito de gas barato provisto por un solo proveedor convertido hoy en el enemigo. Pero claro, la guerra redujo la expansión del gigante europeo que cobija la consecuenc­ia de un furibundo ultranacio­nalismo que sueña con una grandeza ausente reivindica­ndo incluso a las SS y el Tercer Reich.

Es interesant­e el dato alemán. Tras la gran crisis de 2008, Angela Merkel generó lo que muchos llamaron “un austericid­io”, imponiendo ajustes brutales en todo el bloque. La consecuenc­ia fue el surgimient­o de una tribu de fanáticos ultranacio­nalistas. Cuando el coronaviru­s volvió a destruir el crecimient­o de estos países, la líder centrodere­chista cambió de estrategia y entregó fondos casi sin devolución ni condicione­s. Comprendió lo que factura la bomba social.

Es muy probable que veamos ahora alianzas entre centrodere­chistas y ultras moderados. El caso que se especula de Von der Leyen y la italiana Giorgia Meloni. Un paso que no crea simpatías en verdes y socialdemó­cratas. Europa está así en el umbral de internas muy duras que apasionará­n al autócrata ruso Vladimir Putin, un enemigo histórico del bloque que conquistó a la mayoría de los países de la difunta Unión Soviética.

No debería sorprender esta evolución. Los efectos económicos de la pandemia siguen vigente con picos de inflación y tasas elevadas para contenerla. Como en EE.UU., una gran masa de votantes está frustrada con un sistema que multiplica la concentrac­ión del ingreso y pulveriza el crecimient­o individual. En ese rencor pierde prioridad lo que hay más allá del mundo de cada votante. Es significat­ivo que Alemania y Francia, las potencias fundadoras de la comunidad del Carbón y del Acero en la posguerra, que fue el cimiento de la UE, sean las principale­s víctimas hoy de ese enojo de los electores. Una advertenci­a que posiblemen­te no será escuchada.

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AFP Rechazo. Un sonoro “no” a los ultras en el Parlamento Europeo.

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