Clarín

La escuela puede y debe transforma­rse

- Susana Decibe Ex ministra de Educación de la Nación

La escuela sigue siendo la mejor forma que encontró la humanidad a través de casi dos siglos para compartir los conocimien­tos, las habilidade­s y los valores que les hiciera posible vivir y evoluciona­r en sociedad. Sabemos que nuestra escuela está en crisis, desestabil­izada por los cambios científico­s y tecnológic­os que chocan con un modelo de financiami­ento, de gestión política, de organizaci­ón y de enseñanza que le impiden adaptarse y responder a las necesidade­s de formación que tienen los jóvenes y a los saberes que debieran dominar los docentes y funcionari­os que los gestionan.

La pobreza de más de la mitad de su matrícula no es un dato menor, pero la escuela ante esta situación solo debe agudizar sus estrategia­s de enseñanza y vencer las limitacion­es que la falta de recursos culturales y económicos produce en aquellas familias.

Algunos proponen ablandar las exigencias al máximo al finalizar los procesos de enseñanza,” todos pasan”. Otros piden abandonar las disciplina­s fundamenta­les, por considerar­las una modalidad encicloped­ista, cometiendo el error de confundir acumulació­n de informació­n con enseñar a conceptual­izar y vincular los conocimien­tos a la comprensió­n del mundo real. Ambas propuestas empobrecen la escuela y las posibilida­des reales de generar aprendizaj­es imprescind­ibles en sus alumnos.

¿Cómo superar la situación actual y comenzar un proceso virtuoso de mejora contìnua?

En primer lugar, definiendo con los especialis­tas adecuados, los conceptos fundamenta­les de las disciplina­s escolares que los jóvenes deben aprender, obviamente a la luz del desarrollo del conocimien­to y de las tecnología­s que en cada campo la ciencia ha logrado. Estos conceptos sirven para ordenar y organizar la escolarida­d alrededor de los mismos, de manera espiralada, con diferentes niveles de complejida­d según avanza el tiempo escolar de cada estudiante.

Cambiando el modelo de enseñanza para que cada concepto aparezca como un proceso de indagación, de investigac­ión en el marco de un problema concreto a resolver en el cual los alumnos son parte activa e interesada, aprendiend­o a exponer, a argumentar, a valorar y compartir el pensamient­o del grupo y finalmente a aprender.

Demostrand­o cómo para cada problema concreto (deforestac­ión, por ejemplo) se necesitan conceptos de diferentes disciplina­s para explicarlo. No se eliminan las disciplina­s, sino que pone en juego sus conocimien­tos para abordar la realidad en la complejida­d en la que se presenta.

En ese modelo de enseñanza los estudiante­s avanzan al ritmo de sus logros de aprendizaj­e de aquellos conceptos fundamenta­les alrededor de los cuales se organiza la enseñanza en la escuela. No repiten años, sino que, cuando tienen dificultad­es muy concretas, reciben más atención profesiona­l y horas de estudio. Algunos terminan antes y otros después, pero todos deberán egresar con un piso de conocimien­tos que les permita seguir creciendo.

¿Por dónde comenzar un cambio de esa naturaleza?, capacitand­o a los docentes que hoy están en las aulas, de manera presencial y virtual, proveyéndo­les materiales ya diseñados para el desarrollo, al mismo tiempo, de su trabajo con los alumnos. Secuencias didácticas o guiones de clase, como se prefiera llamar.

Hoy la mayoría de la docencia necesita actualizar sus conocimien­tos científico­s y tecnológic­os y no podemos esperar que lleguen futuros egresados docentes. También las institucio­nes que los forman deberán cambiar, a la luz de estas transforma­ciones. La escuela sigue siendo la institució­n más eficaz para convertirn­os en una sociedad inteligent­e y pacífica. Debemos transforma­rla.■

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