Clarín

Y sí: atraso muchos años

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com Podés escribirno­s para compartir tu historia a mundosinti­mos@clarin.com

Soy un fracaso. Si de redes sociales se trata no he logrado nada. Peor aún, hice poco esfuerzo y ni siquiera puedo proclamar “lo intenté”. Confieso: uso bastante las redes para temas puntuales, buscar un dato, conocer una opinión. Algo (más que) minoritari­o. ¿Livin’ la vida loca virtual? Nunca.

Mi derrotero empezó con Facebook. Jamás lo entendí bien, no sé si eso habla de mi cociente intelectua­l (IQ) pero siempre confundía quién respondía a quién y si los mensajes eran privados o públicos. Y al igual que tantos otros, también me quedé en el 45. ¿Para qué avisar al mundo que había apagado las velitas en una torta de chocolate con merengue? Pero eso no sería lo peor si no la decena de comentario­s -algunos de personas que me seguían porque eran conocidos del primo de la abuela- con frases como “Te merecés un día perfecto”, “Hermoso año”, “Te queremos mucho”. Yo intentaba esconderme.

Con Instagram me equivoqué de pe a pa. ¿Una red social sólo de fotos? Y dónde se dicen las cosas? Ah, se muestran simplement­e… Eso no va a andar. Y así triunfó. En Twitter me parecía ingenioso tener que reducir la idea a su mínima expresión pero me agotó la competenci­a: había que ironizar, hablar entre líneas, ser más pícaro que el de al lado, mostrar sabiduría sin que se notara mi supuesta vasta cultura. ¿Y eso varias veces por día tanto para hablar de la levedad del ser como del sandwich de salame y queso? Too much.

Muchos dirán que soy naif pero si alguien se acuerda de mi cumpleaños prefiero -aunque sean tres o cuatro- que lo haga porque nuestra relación tiene cierta hondura. ¿Cuál es el valor de tener un asistente que te impulse a enviar un saludo de cortesía? ¿Somos acaso más felices o, al revés, nos quedamos un poco más vacíos de tanta palabra sin contenido? Ya sé, atraso muchos años pero -amigos- creo que es mejor atrasar que sonreír con reflejos de neón. Porque esos seducen a la vez que encandilan y al final te impiden intuir el desnudo mundo. Mirás, sí, pero ya no ves. -(Piensan, tal vez demasiado)...

-No estoy en las redes

-Ahhhh. Claro, si, hace mucho que no publicás nada.

Esa conversaci­ón podría replicarse en todos mis círculos sociales. Noto que no soy tan popular ni querida. Ego: el muy probable sostén principal de las redes. Recordé que hace unos meses me enteré por IG de que alguien a quien considerab­a una amiga se casó. Dejé de seguirla para evitar ver las réplicas del evento. No lo notó.

A la noche fui a escuchar jazz. Sonaba tan lindo que grabé un video. Cuando vuelva a las redes subo a stories de lo que hice, pienso. Tienen que saber que esta semana eterna la pasé bien, que mi calle se inundó, que comí rico. ¿Tienen que saber?

Me junté a comer con amigas. Sacamos una foto pero ninguna la subió. ¿Existió ese encuentro?

El domingo en que se cumplía mi semana de ostracismo virtual, una notificaci­ón me informa que usé el teléfono solo “40 minutos menos que la semana pasada”. Resulta que el tiempo lo trasladé a WA y a ¡el Candy Crush! ¿Es que no hay escapatori­a? Tal vez no se trate de escapar, sino de cómo ubicarse. Ya sabemos unas cuantas cosas sobre el trasfondo de esto. Corporacio­nes guiando voluntades bajo el imperio del algoritmo. El desafío es cómo manejar esta suerte de prótesis que nos integra o nos desintegra en los espacios. ¿Cómo lo voy a manejar yo?

Los últimos días, cuando noté que nadie se percató de mi ausencia, se volvió imperiosa la respuesta a una pregunta que me asustó: ¿qué sería de mi vida social sin las redes? Desde que volví se apaciguó mi urgencia en responderl­a. Me siento menos tensa. Sensación que acaso sea el indicio de una posible respuesta. ■

 ?? EMMANUEL FERNÁNDEZ ?? Error. Durante su “abstinenci­a” entró a Instagram sin darse cuenta: ocho notificaci­ones. No miró, pero se preocupó.
EMMANUEL FERNÁNDEZ Error. Durante su “abstinenci­a” entró a Instagram sin darse cuenta: ocho notificaci­ones. No miró, pero se preocupó.

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