El equilibrio de la parte y el todo
Cada uno de los textos que publicamos los sábados tiene una historia detrás. En este caso, Carlos me contactó para contarme cómo lo había impactado que su hijo -un muchacho que necesita protección porque es adulto pero con retraso madurativose perdiera. Si bien era una historia fuerte, al principio no estaba convencido de que resultara de interés para el lector. Pero allí hice la pregunta clave:
-¿Lograste aprender algo de esta experiencia penosa?
No dudó: que le agradecía a su esposa no haberlo culpablilizado en medio de la tormenta, que se dio cuenta que lo retó a su hijo de una manera que lo hirió. Y así. “Acá hay una historia”, pensé. Porque a veces no importa tanto lo que se vive sino cómo cambia uno a partir de esa experiencia.
Luego de esa conversación pasé revista a experiencias propias en las que había cometido errores pero que luego me permitieron crecer. Una se vincula con la parte y con el todo; aveces por ser obsesivo con el milímetro no vemos el metro. Les cuento: hace más de veinte años publiqué por un buen tiempo una revista temática. “Latido”, se llamaba. Su primer número había sido planeado, leído y releído una y mil veces. Pero en vez de empezar desde lo central a lo particular lo hice a la inversa. Buscaba el detalle, la coma de más, que el epígrafe no tuviera una redundancia, que el color negro de la foto no se viera apagado. En medio de esos detalles, no percibí que al autor de un texto de ese primer número le adjudiqué dos obras de otro escritor que publicaría un mes después. Advertí el error cuando la revista ya estaba encolada. Fue la madrugada más larga de mi vida. A la mañana siguiente, en la imprenta me ofrecieron agregar una tarjetita en cada ejemplar con la Fe de Erratas.
A partir de ese golpe aprendí lo que podría definir como una teoría del equilibrio. Si lo importante está bien -y allí me centroel resto tiene solución. Si lo importante, en cambio, presenta un desajuste serio es momento de empezar a preocuparse.
Después, en la pandemia, se quedó en casa sin hacer nada. Eso lo achanchó. Tal es así que al renovar su registro de conductor fue rechazado en el examen psicológico. Eso encendió nuestras alarmas, y confirmamos que tenía un retraso madurativo. Ahora sabemos que si se queda todo el día sin hacer nada, sin sociabilizarse con compañeros de su edad, su discapacidad podría agravarse con los años.
Más tarde traté de pensar si en toda esta experiencia había cosas positivas, ya que a veces de algo malo se puede rescatar algo bueno. Se perdió y apareció en una ciudad totalmente desconocida, así que es un final feliz a pesar de toda la angustia. Por empezar estoy orgulloso de haber trabajado en equipo con mi señora Lita, tirando para adelante a cada hora y debatiendo ideas que nos iban surgiendo sin tener ninguna experiencia previa en algo así. Ella es bioquímica y farmacéutica y yo ingeniero químico, no somos detectives. Tuvimos que meternos en la cabeza de Sebastián para intentar rastrear sus pasos. Además nos bañábamos diariamente y nos cambiábamos la ropa para no dejarnos estar en esos momentos de flaqueza.
También habría que agradecerles a dos “héroes sin capa” que nunca conoceremos: la chica del Starbucks que ayudó a Sebi a encontrar la estación de subte cercana al hotel, y al guardia del Metro que lo dejó pasar sin tener plata para el pasaje. Y por supuesto finalmente agradecerle a Dios por haberlo devuelto sano y salvo, ya que lo sucedido fue un milagro.
Si Sebi no volvía por sus propios medios no lo hubiéramos encontrado nunca más. Al ser mayor de edad, nos confirmaron en la Embajada, la búsqueda no era activa. En el fondo, estoy convencido de que no es consciente de lo que pasó. Para él habrá sido un derrotero donde atravesó miedos, angustias y finalmente una lección de autosuperación. Y también, claro, nos dio una lección a nosotros. ■