La diplomacia pendenciera
X (ex Twitter) sirve para hacernos amigos y enemigos sin siquiera conocerlos. Sirve para armar y desarmar grupos de afinidad. Para comunicar y para insultar. Para informarnos y para entretenernos. Para resolver problemas y para perder el tiempo. Los líderes y personas influyentes se valen de X para difundir sus frases, transmitir sus impresiones, comunicarse con sus públicos y seguidores. Los presidentes lo utilizan para anunciar sus decisiones. Lo que hasta ahora no había sucedido es que dos países vieran deteriorarse sus relaciones y colocar a los gobiernos al borde de la ruptura por una escalada de insultos y agresiones verbales entre mandatarios que se canaliza a través de X.
Es lo que está sucediendo con la saga de agravios y exabruptos del presidente Javier Milei, calificando al presidente de México Andrés López Obrador de “ignorante” y al presidente de Colombia Gustavo Petro de haber sido un “asesino terrorista y comunista”. La enemistad ideológica se traslada al plano de la enemistad personal, y un presidente deja de representar a su país ante el mundo para convertirse en el representante de quienes lo votaron y simpatizan con sus ideas, en su país y en el exterior. Las relaciones entre los Estados se transforman así en una arena o circo romano virtual en el que gladiadores pelean mientras la audiencia digital aclama a unos y vitupera a los otros reposteando y comentando sus barbaridades. Los improperios proferidos atraen la atención, generan tendencia y un impacto real que obliga a las Cancillerías a activar sus protocolos de crisis y desescalar las tensiones, mientras unos y otros se echan la culpa de quién empezó.
No es, por cierto, culpa de las redes sociales que los políticos se comporten como energúmenos o pendencieros, novedad que le debemos a Donald Trump. Aunque las características de las redes sociales vayan reformateando las cabezas de quienes navegan horas y horas leyendo, escribiendo y posteando mensajitos cortos, juicios ligeros, comentarios soeces y datos sin verificar. Son nuevas formas de comunicar y de participar, nos dicen los gurúes de su impacto favorable, que agilizan y horizontalizan la vida pública, eliminan las intermediaciones en el gran ágora global. Ahora ingresamos en una nueva dimensión: se puede dirimir, tramitar o generar conflictos diplomáticos a través de las redes sociales. Juan Pablo Lohlé, ex embajador y veterano conocedor del paño, se refirió en estas páginas a la “diplomacia de la extravagancia”. Acaso se quedó corto. ■