El argentino que está al frente de una icónica sala de Ginebra
Este compositor y director de orquesta platense es el responsable de La Cité Bleue, un magnífico auditorio que acaba de reinaugurarse.
Todo azul, como en un sueño, como
Oblivion, la gran utopía. La Cité Bleue renació en la Universidad de Ginebra luego de haber sido fundada por Simón Patiño, el rey del estaño boliviano. Hoy Leonardo García Alarcón, director de orquesta argentino-suizo, compositor, recopilador y director de Capella Mediterránea, lo ha reinventado en un teatro multidisciplinario audaz.
De la sala Patiño sólo quedaron las paredes. Los arquitectos Pierre Bozon y Stéphane Agazi tuvieron que lidiar con el espacio de un teatro del siglo XXI, como un enorme loft moderno y multidisciplinario, con foso para orquesta móvil y motorizada, y un bar que se transformó en aula y pedagogía. El escenógrafo Pascale Guillau y la programadora Samira Hajjat dieron a esta sala su destino.
El sistema electroacústico Constellation le otorgó a La Cité Bleue polivalencia y creatividad. Puesto en acción por la empresa Meyer Sound, se adapta a las necesidades acústicas de cada artista o performance. Repite la acústica del Colón o de Notre Dame de París.
La Cité Bleue Genève fue inaugurada con Orfeo, la ópera barroca de Claudio Monteverdi, en una puesta en escena fresca e irreverente. Pero el proyecto de García Alarcón va más allá. La Cité Bleue, promete, será algo único en Ginebra. Tendrá el espíritu de un club de jazz: habrá música toda la noche, como
en la antigua Buenos Aires.
La pianista Martha Argerich, una noctámbula, estará allí con el centenar de músicos y creadores argentinos que viven o pasan por Ginebra. Un alma nueva y una visión artística posmoderna: desde la música contemporánea, el tango argentino, los madrigales italianos, para aportar vitalidad, modernidad e irreverencia a lo inesperado. Pero también poesía, circo, debates intelectuales, danza y teatro. Y habrá conciertos pedagógicos para iniciar de manera lúdica a los chicos y adolescentes en la música. García Alarcón llegó a Ginebra
con 500 dólares y todos sus sueños desde La Plata. Hoy es suizo y durante la pandemia decidió aceptar esta oferta que le hacían desde 2014: revivir a La Cité Bleue. -¿La sala es hija de la pandemia?
-Me lo propusieron en 2014. Rechacé tres veces dirigirla. Pero durante la pandemia, estando solo, un 25 de mayo, decidí hacerme cargo artísticamente de todo el proyecto. Y, desde ese momento, la Fundación Privada Ginebrina, que se encarga de la restauración, ha dicho: “Entonces vamos adelante”. -Otro latinoamericano en este teatro.
-Es verdad. Pasó Noemí Lapzeson, una gran coreógrafa argentina que vive en Ginebra. Gabriel Garrido también ha creado aquí, gran director de música barroca. Omar Porras, el gran actor y director de teatro que hoy dirige en Lausanne, ocupó este lugar hasta el año 2018. Hasta que el teatro ya no podía más, pobrecito. Desde 1968 hasta 2018 ya no podía ni recibir público. Los actores no podían ir a sus camarines. En ese momento se decidió cerrar. Pero es un lugar donde Latinoamérica tiene una gran importancia. Esta ciudad universitaria, que está al lado de la Cité Bleue, tiene 850 estudiantes de 120 nacionalidades. Siempre recuerdo la Constitución argentina: “para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino...”. Este lugar representa esa utopía, que en Europa se perdió, de toda la diversidad de países que se pueden reunir. Aquí al lado del teatro hemos podido hacer música para ellos. Hemos podido encontrarlos y traerlos hacia nosotros y eso es lo que queremos seguir haciendo, que sea una muestra de lo que tendría que ser la humanidad. -¿Un proyecto para la humanidad?
-El teatro va a ser de todos. Un crisol de razas, cuando en Europa hay una fobia con los migrantes. Esto es un paraíso. La expresión “crisol de razas”, que para nosotros es tan positiva y tan hermosa, en Europa no se puede decir más. Lo que me importa es poder definir como un acto, casi como un himno, todas las músicas como el avenir de la humanidad. Suiza es el primer país que ha decidido agregar en su constitución que todo ser humano tiene derecho a la música y a la educación musical. Es algo fantástico. Aquí vamos a intentar aplicarlo. -¿Cómo se adapta un lugar para tener desde una fosa móvil para orquesta hasta un centro donde los chicos aprenden música? -Hemos pensado un lugar donde
un músico pueda sentir un gran confort. Ya fuera en este bar, en los lugares en donde se va a relajar, en un sauna o en la ciudad universitaria: lugares en donde pueda realmente comunicarse con sus seres queridos. Les hemos pedido a los escenógrafos y a los arquitectos que construyan como una pequeña casa, como un hogar. -Compositor, director de orquesta, recopilador y ahora vas a ser director de este teatro multidisciplinario. ¿Te acota cuando dirigís, cuando tendrás que viajar? -Fue muy difícil porque ya tengo una carrera con mi orquesta, con invitaciones del exterior. Con la ópera hay que pasar mucho tiempo con grandes creadores, coreógrafos y directores de escena, y para eso uno no se puede ir de la ciudad donde está ensayando. Por eso de 2016 a 2020 no acepté esta oferta. -¿Qué te hizo cambiar de idea?
-El covid, la época de silencio, me hizo darme cuenta de que tenía que tener y aceptar un arraigo más con esta tierra ginebrina, donde nacieron mis hijos, Francisco y Lucía, que se sienten más argentinos que yo. No soy de aquí ni soy de allá. Ellos lo saben más que nadie. -¿Pesó tu familia?
-Sí, pensé en el futuro de mi familia, con Mariana, mi mujer, de poder estar más con ellos y poder estar creando, pero en este pequeño teatro y no viajando tanto. Tal vez ahora, en vez de ir yo hacia las óperas, tal vez los artistas puedan venir hacia aquí, no sólo para trabajar conmigo, porque eso es lo que me interesa. Va a ser un lugar de residencia para todas las orquestas ginebrinas y para los extranjeros que propongan un buen proyecto. -¿Qué proyectás para este año?
-Estamos trabajando incluso hasta 2027. Tal vez al público argentino le interesaría los que tienen un contacto grande con la Argentina, como un espectáculo que va a llamarse Ernest y Victoria, que habla de Ernest Ansermet y Victoria Ocampo y de la relación que tuvieron por cartas durante 40 años. Con Borges como narrador y Stravinski como un personaje dramático. -Es lo que más te gusta.
-Me encanta imaginar. En Ginebra se creó Frankenstein, en 1816, cuando un volcán había invadido Europa y no había árboles y la gente escribía, escribía, escribía. Aquí se creó la primera novela de ciencia ficción. Quiero mantener ese costado que Borges más tarde vino a inventar aquí, de decir que era “Ginebra, el lugar más propicio para la felicidad”. Sus más grandes cuentos fantásticos los ideó aquí. Es un lugar que propicia la calma, la reflexión. Pero también nos lleva a imaginar mundos en donde, por ejemplo la Argentina, la realidad es tan fantástica. Es una ficción. A veces quiere un poco de equilibrio y ser más apolíneo. Pero aquí se necesita
que la mente vuele hacia esos lugares. Ginebra lo permite. -¿Quiénes van a estar en ese espíritu de club de jazz?
-Nelson Goerner, grandísimo pianista, va a tocar toda la noche, algo que aprendí en bares en La Plata o en Buenos Aires, con todos sus más grandes amigos, como Quatuor Modigliani. Martha (Argerich), yo pienso que va a venir, hasta las siete y media de la mañana. Va a llamarse la Nibble: la gente va a tomar, comer y va a haber música permanentemente. -Como si fuera un club de jazz.
-Exactamente, eso lo vamos a propiciar. Y todas creaciones. Por ejemplo, la hija de Martha Argerich, Annie Dutoit Argerich, va a traer su espectáculo, ¿Quién es
Clara Wieck?. Me encantaría hacer coproducciones con el Teatro Colón o el Teatro San Martín. -¿Cómo se integra la música con los textos, con la poesía, con los poemas, con Martha, con el jazz, con la recopilación histórica que hacés?
-A veces, simplemente con historias que quieren contar algunos directores de escena. También historias políticas. Me interesa recibir artistas que hayan tenido que huir de sus países. Me gustaría que esta casa, junto con la Maison Rousseau, que está aquí en Ginebra, pueda ser un lugar donde podamos darles cobijo. -Por ejemplo, de Gaza y Ucrania.
-Exacto. En la temporada 27/28 podremos hablar de Gaza, de Israel, de Ucrania y de Rusia. Va a ser muy importante que los artistas podamos exponer ideas contrarias y que el público pueda decidir por sí mismo. Porque, finalmente, de los dos lados, es el pueblo el que sufre. Siempre. -¿Quiénes son los mecenas?
-La llaman “la importante fundación ginebrina”. Es una gran empresa, que todos conocen. Su antiguo director, ya muerto, decidió que todo el dinero vaya a la cultura y a la ciencia sólo en Ginebra. Lo llamó “capitalismo social”. Tendríamos que proponérselo a las autoridades argentinas. -Habrá que convencer al señor Milei, que no cree en la cultura.
-Sí, y a gobiernos anteriores, que consideraban nuestro arte como una cultura elitista, a combatir. Hay que convencerlos a todos.
Este teatro va a ser de todos. Un crisol de razas, cuando en Europa hay una fobia con los migrantes”.