La ultraderecha europea suma un cuarto de los votantes y va por más
Crece en casi todo el bloque y puede consolidarse en las elecciones de la UE de junio. El último caso fue Portugal.
El continente que creó el fascismo no parece curado de aquella enfermedad, a la vista del nivel de votos que van alcanzando en Europa los partidos herederos de esa ideología y otras formaciones similares. Portugal, uno de los países que parecía vacunado contra ese fenómeno, cayó este domingo cuando Chega, una formación ultraderechista, alcanzó el 18% de los votos. En todo el continente europeo apenas quedan, sin partidos ultras de importancia, Irlanda, Chipre, Malta, y sobre todo la parte francófona de Bélgica, donde la extrema derecha es inexistente.
El voto a esos partidos en las últimas elecciones celebradas en una serie de países muestra un auge continuo. En Hungría llegó al 60%, en Polonia al 51%, Italia 35%, Países Bajos y Francia 23%, Suecia 21%, Finlandia 20%, Austria 16%, Dinamarca 14%, Grecia y Bélgica 13% y España al 12%. Los sondeos dicen que en Alemania la extrema derecha del AfD ya ronda 15%. Los sondeos la colocan cerca de 25% de votos en las europeas de junio.
Su auge se puede medir también por su participación en coaliciones de gobierno. Si hace poco más de 20 años la UE estuvo a punto de aprobar sanciones contra un Estado del bloque, Austria, por incluir a los ultraderechistas del FPO en el ejecutivo de Viena y forzó que salieran de él, ahora la situación ha cambiado mucho. Esa extrema derecha es parte de los gobiernos de Finlandia, Italia, Hungría, Eslovaquia, Chequia y Rumanía. Apoya desde el Parlamento al gobierno sueco y podría gobernar pronto en los Países Bajos. Así, con el holandés Geert Wilders, esos partidos tendrían otro país en el Consejo Europeo, reforzando a la italiana Giorgia Meloni, al eslovaco Robert Fico o al húngaro Viktor Orban. Su única salida de un gobierno en los últimos años se produjo en 2023 en Polonia cuando el conservador Donald Tusk se deshizo de los ultranacionalistas del PiS.
Su poder e influencia es mayor de lo que pueden mostrar los datos nacionales. En España no están en el gobierno central porque no sumaron con los conservadores del Partido Popular, pero sí en cinco de los 17 gobiernos regionales. En Francia se espera que la extrema derecha de Marine Le Pen obtenga una victoria arrolladora, por encima del 30%, en las europeas del próximo 9 de junio. En Bélgica pueden controlar a partir de junio el gobierno regional de Flandes (es el país más descentralizado de Europa y en Flandes viven más de seis de los 11,5 millones de belgas).
Más allá de su acceso directo al poder, su crecida en los últimos años ha hecho que las formaciones conservadoras nacionales intenten taponar la pérdida de votos que les genera acercándose a ellos. Por eso, discursos y políticas que hace una década proponían los ultraderechistas ante el escándalo y la bronca generalizada de las demás formaciones políticas, ahora los promueven las formaciones conservadoras tradicionales. En su programa electoral para las europeas, el PP Europeo, la formación que reúne a los conservadores y democristianos, propone despachar a países africanos a solicitantes de asilo, una copia del ‘plan Ruanda’ que intenta poner en marcha el gobierno británico ante las reticencias de la Justicia y que va tanto contra la Convención del Refugiado de Ginebra como contra la Directiva Europea de Asilo.
Bélgica está políticamente partida en dos y es el caso más raro de Europa en cuanto al desarrollo e influencia de la extrema derecha. Mientras entre los votantes flamencos los dos partidos ultras (los nacionalistas del NVA y los neonazis del Vlaams Belang) podrían superar en junio (además de europeas hay regionales y legislativas) 50% y, si pactan, controlar el poderoso gobierno regional, entre los francófonos la extrema derecha no existe, no tiene ni un mísero concejal municipal entre más de cinco millones de personas. La Bélgica francófona es así el último reducto europeo que puede decir que no tiene ningún cargo electo de un partido de extrema derecha, la última aldea gala ante el avance del imperio del saludo romano.