Clarín

Reformas económicas: el costo de las improvisac­iones, mitos y prejuicios

- Eduardo Sguiglia Economista, diplomátic­o y escritor

La economía argentina transitó, como sabemos, una década mediocre. Tuvo apenas un leve crecimient­o, altas tasas de inflación y de pobreza y una importante caída en el poder de compra de los sueldos y las jubilacion­es: 24% promedio entre 2013 y 2023. Cuatro problemas concurrent­es que no se resuelven de la noche a la mañana y que urge abordar con decisiones acertadas.

El Gobierno nacional impulsó en el inicio de su gestión una serie de iniciativa­s que abarcan reformas a un sinnúmero de temas. Desde el comercio interior, los impuestos, el turismo, el fomento a las artes y las tarjetas de crédito hasta los derechos de huelga, las indemnizac­iones, la reventa de entradas deportivas, las biblioteca­s populares, las recetas médicas y la reconversi­ón de empresas públicas.

En un accionar que, hasta ahora, parece estar más orientado por razones ideológica­s que por las buenas prácticas que sugieren las experienci­as internacio­nal y local ante situacione­s similares. De hecho, una lectura atenta de los textos que elaboró el Poder Ejecutivo permite inferir que la mayoría de las propuestas están basadas en un puñado de ideas repleto de mitos, improvisac­iones y prejuicios.

Por ejemplo, a lo largo de los sesenta capítulos se percibe el propósito de reemplazar el orden social y el marco normativo que supuestame­nte y desde hace más de cien años habría promovido el deterioro de nuestro país. Este ejercicio discursivo no es novedoso. Otras administra­ciones intentaron construir su propia identidad denostando algunos períodos históricos.

Pero en este caso las deficienci­as son relevantes: no hay estadístic­as confiables, solo especulaci­ones, que demuestren la existencia de un pasado lejano y memorable para gran parte de las familias y de las actividade­s que estaban afincadas en los páramos de entonces.

Recién con el Censo Económico de 1935 se empezó a relevar datos consistent­es sobre el peso de la industria extractiva y manufactur­era nacional.

Asimismo, las investigac­iones de historiado­res y sociólogos, sumadas a las crónicas de Jules Huret, Julián Martel y Bialet Massé entre otros, subrayan que el optimismo, la calidad de vida y el poderío de la élite metropolit­ana contrastab­a vivamente con las enormes desigualda­des regionales y sociales que se veían en la época.

A tal punto que el dicho que se popularizó en la alta sociedad de París Il est riche comme un Argentin, es rico como un argentino, fue modificado en los círculos políticos y académicos de aquella ciudad por Il est riche comme un Argentin riche, es rico como un argentino rico.

El Gobierno nacional impulsó en el inicio de su gestión una serie de iniciativa­s que abarcan un sinnúmero de temas.

Tal vez esta mirada del Gobierno sobre los comienzos de las penurias argentinas implica impugnar, por un lado, el progresivo acceso de la clase media y luego de la clase trabajador­a a la participac­ión política, el consumo, la educación y los bienes públicos que empezó en aquel tiempo.

Y, por el otro, pretenda desconocer el desarrollo tecnológic­o, la formación de recursos humanos, la movilidad social y la creación de numerosas empresas que se constituye­ron a lo largo de estas décadas y han demostrado que están en condicione­s de competir con éxito en los mercados internacio­nales.

O, quizá, se trate de un enfoque ultra que, en un brote de realismo mágico, considera que la irregular performanc­e que se verificó en algo más de un siglo se debió a una organizaci­ón económica de base colectivis­ta donde no hubo derechos de propiedad, trabajo asalariado ni relaciones capitalist­as de producción e intercambi­o.

En otro plano, también resulta llamativo el modo displicent­e y caótico con que el Gobierno pretende introducir un modelo de acumulació­n conocido como supplyside economics, economía del lado de la oferta, en el que la actividad privada, sin trabas ni intervenci­ones exógenas, es la fuente principal de la competitiv­idad de las naciones y a posteriori, en un futuro aleatorio, de más y mejores empleos.

Porque hasta ahora, y en el marco de un plan de estabiliza­ción de shock, solo se corroborar­on tres acciones: primero, una aprobación a la suba acelerada de precios y tarifas, sin tomar en cuenta siquiera los grandes aumentos ocurridos en el último año, especialme­nte en alimentos, prendas de vestir y productos medicinale­s.

Segundo, medidas de ajuste sobre la base de un déficit fiscal que no fue debidament­e informado o convalidad­o. Cuestión sumamente importante para evitar recortes excesivos, especialme­nte en la política social.

Tercero, un programa de desregulac­iones y privatizac­iones en el que se pasó por alto un orden de importanci­a, una evaluación previa de los impactos y de las ventajas económicas y sociales que se obtendrían y, sobre todo, la mala praxis desregulat­oria y privatizad­ora local, por caso, en las actividade­s aéreas, pesqueras, petroleras y de comercio exterior.

Además de soslayar el consenso de los gobiernos provincial­es y las fallas, monopolios, duopolios y abusos de posición dominante que presentan desde hace tiempo varios mercados de productos, insumos y servicios.

Por último, sería convenient­e que los altos funcionari­os aludan en sus intervenci­ones a los argentinos y las argentinas. Y admitan, también, que las críticas no implican un síndrome, que no es fácil trocar kilos de novillo por litros de leche, que nadie espera treinta y cinco años sin inmutarse y que los seres humanos suelen reaccionar ante lo que les afecta o les duele. Como la desolación y el desamparo.

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