Clarín

Josefina y las estrellas de Van Gogh

- Jsavloff@clarin.com

En estas páginas quise contarle que una persona ciega puede trabajar de guardabosq­ues”. La cita es de Historias de papel. Un libro para Jacinta, escrito por Josefina Ricotta, que acaba de ser editado en la Colección Inquieta -para chicos, en teoría- del Museo Moderno de la Ciudad de Buenos Aires.

Ricotta le dedica la obra, que incluye ilustracio­nes suyas, a su sobrina Jacinta. “No hay mejor regalo que los primeros cuentos”, afirma.

La autora nació en 1992 en San Miguel del Monte, Buenos Aires. Es licenciada en Psicopedag­ogía y especialis­ta en Neuropsico­logía clínica y cursó seminarios de literatura, cine, dramaturgi­a y psicoanáli­sis. Hoy trabaja de directora académica en Mindfulnes­s Argentina.

Pero la frase del libro y esta parte de su historia no son los únicos “ganchos”. Ni sus dibujos de Einstein, café colado con medias limpias, cromosomas y mariposas, a veces pícaros y siempre amables como sonrisas. Tampoco, las referencia­s a pinturas de Antonio Berni, Xul Solar y Raquel Forner, entre otros artistas argentinos, que aparecen en uno de sus relatos y que están representa­dos con obras en la colección del Moderno.

Con saber todo esto, yo ya estaba encantada. Pero además Ricotta tiene Trastorno Límite de la Personalid­ad (TLP). “Sin el apoyo de mis padres y hermanos no podría haber llegado al nivel de estabiliza­ción que he logrado (…) Soy consciente de que, al ser el TLP una enfermedad de por vida, debí encontrar recursos que me anclaran en el presente durante mis momentos de crisis. La literatura es, para mí, ese lugar cálido, confortabl­e, al que siempre puedo volver”, explica.

Así que su trabajo -que presentó en el Moderno con Sandra Mihanovich- es una invitación a pensar “cómo el arte puede transforma­r la educación, nuestra vida cotidiana y nuestros futuros”, resume Victoria Noorthoorn, la directora del museo.

Me acordé enseguida del mundo de lunares que crea la artista japonesa Yayoi Kusama “para sobrevivir al dolor” con alegría. Después, pensé en Los locos que dibujó la gran

Aída Carballo tras su paso por hospitales psiquiátri­cos y en las muñecas que pintó Milred Burton, en alusión a cómo hizo para seguir adelante, de chiquita, una vez que su mamá había muerto y la criaba una “abuela nazi” que le pagaba “por las dudas”.

Es que trabajos de Carballo y Burton se expusieron este año, juntas, en la galería porteña Ruth Benzacar. Golpean, sí. Pero no dejan dudas de que existe refugio en el arte para quien crea y para quien mira.

Bueno, Ricotta le regala un refugio a Jacinta y a los lectores, en el que dice “que los caramelos son más ricos si se comparten” o “el enojo se puede controlar si aprendemos a reconocer y comunicar nuestras emociones”.

Pero el libro -tercer volumen de la colecciónn­o es sólo para chicos. Básicament­e, porque las afecciones mentales siguen siendo tabú, incluso cuando Van Gogh es hace tanto pasión de multitudes. Y Ricotta y su obra iluminan a esas personas que, pese a tanto sufrimient­o, logran encenderno­s como las estrellas que pintó Vincent.

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