Un artista que emerge desde la profundidad de un showroom
Diego Solsona inauguró un espacio en el subsuelo del edificio de Paraguay 610 donde exhibe sus barcos, mapas, anfitriones y más. El valor que le da a sus objetos en la relación entre precio y aprecio.
“Hoy te invito a ver. Quiero mirar a través de tus ojos... qué hay, qué se siente”, susurra Diego Solsona. Pide que no escriba de él sino que describa lo que siento cuando estoy en su nuevo espacio, lo que veo en este local en las profundidades de un subsuelo casi en la esquina de Paraguay y Florida. Para eso, se va y me deja un buen rato sola entre objetos de madera y metal que, ensamblados, son barcos, avestruz, vaca o toro, Cupido, caballo... Pero no diré lo que siento porque no se trata de mí.
“Este es el showroom del artista. No es una galería. La galería es otra cosa. Yo no soy un galerista. Entonces esto no tiene precio”, sentencia categóricamente sobre lo que antes y después de tantas definiciones durante una hora de charla deshilacha para que se entienda.
“El circuito del arte es complejo. Tenés que pasar por un filtro. Alguien debe disponer que lo tuyo vale y está en referencia con otros artistas. ¿Pero dónde está el perfecto desconocido que viene y se lleva algo de lo que exponés?”, se pregunta en voz alta .
Solsona describe minuciosamente la relación entre precio y aprecio. “Como parte de la estructura de la conversación con alguien que quiere llevarse algo, pongo un precio en función del valor que le da, de la necesidad que manifiesta. Yo juego con los objetos y hago lo que quiero. Pero cuando aparece alguien que lo desea, comienza la interacción. Pregunto para qué lo quiere, por qué. Y, a decir verdad, para mi propia satisfacción, no tengo interés económico. Pero en la medida que el aprecio es mayor, mi valor económico es menor”, explica.
Barcos, mapas y anfitriones
Desde la vidriera lo primero que se ve son unas figuras enormes a las que Solsona bautizó “anfitriones”. “El avestruz aparece de una cajonera vieja. El esqueleto de esa cajonera me mostraba un cuerpo. Luego hay unas patas que encontré, que parecen de un piano. Cuerpo y patas me daban cierta proporción”.
Lo que hace Solsona es agrupar el material similar y luego decidir que eso es “algo”. Plumas en el caso del avestruz. “Entonces no paro de poner plumas. Me pregunto si entra una maderita más para sacármela de encima”. Para él, los anfitriones son una fantasía que lo convoca a “invitarte a entrar en el espacio, que te metas en el avestruz, que te subas al caballo, que lo corras de lugar porque tiene ruedas, que alguien te empuje. Lo que para mí es arte es poder verte en acción. No es el objeto en sí sino lo que estás haciendo con él”.
Describir etapas de un artista, a Solsona le suena al relato del crítico o a la del curador para contar una historia más relacionada al marketing o a la venta. Pero lo cierto es que hubo momentos y primero fueron los barcos, después vinieron los mapas. Aunque hoy coexisten y no significa que una etapa superó a la otra.
“Esto comienza en el año 2000 con un rescate. Empieza en el mar, en Uruguay, en un momento de ruptura, caminando por la playa con mi perro. Levanto una madera, recojo unos